San Benito «Poner a Dios siempre en primer lugar AYER y HOY»
La obra realizada por Dios a través de San Benito, y en especial su Regla, fueron una auténtica levadura espiritual, en un mundo que sufría una colosal crisis de valores y de instituciones, provocada por el caída del Imperio Romano, por la invasión de los nuevos pueblos y por la decadencia de las costumbres que cambió, con el paso de los siglos, originando una nueva unidad espiritual y cultural, la de la fe cristiana compartida por los pueblos. Primero en Europa, donde es piedra fundacional de la cultura y luego en todo el mundo.
La gran obra realizada por san Benito ‘en el silencio’ - cuando disgustado por el estilo de vida de muchos de sus compañeros de estudios, que vivían de manera disoluta y no queriendo caer en los mismos errores, pues sólo quería agradar a Dios - antes de concluir sus estudios, dejó Roma. Y se retiró a la soledad de los montes que se encuentran al este de la ciudad eterna. Después de una primera estancia en el pueblo de Effide (hoy Affile), donde se unió durante algún tiempo a una «comunidad religiosa» de monjes, se hizo una eremita en la cercana Subiaco.
San Benito estaba convencido de que sólo después de haber vencido estas tentaciones podía dirigir a los demás palabras útiles para sus situaciones de necesidad, «La tentación de autoafirmarse y el deseo de ponerse a sí mismo en el centro; la tentación de la sensualidad; y, por último, la tentación de la ira y de la venganza.
Tras pacificar su alma, podía controlar plenamente los impulsos de su yo, para ser artífice de paz a su alrededor. Sólo entonces decidió fundar sus primeros monasterios, poniendo de relieve el lema ‘Ora et labora’. Es decir, la oración como cimiento de toda actividad:
Sin oración no hay experiencia de Dios, la espiritualidad de san Benito no era una interioridad alejada de la realidad. En la inquietud y en el caos de su época, vivía bajo la mirada de Dios y precisamente así nunca perdió de vista los deberes de la vida cotidiana ni al hombre con sus necesidades concretas. Al contemplar a Dios comprendió la realidad del hombre y su misión. En su Regla... subraya que la oración es, en primer lugar, un acto de escucha (Prol. 9-11), que después debe traducirse en la acción concreta. «El Señor espera que respondamos diariamente con obras a sus santos consejos».
Así la vida del monje se convierte en una simbiosis fecunda entre acción y contemplación para que en todo sea glorificado Dios.
Para crear una unidad nueva y duradera, ciertamente son importantes los instrumentos políticos, económicos y jurídicos, pero es necesario también suscitar una renovación ética y espiritual que se inspire en las raíces cristianas, que devuelva su lugar a Dios en nuestra sociedad.
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