SAN JOSÉ OBRERO 1 de Mayo
" ¡Oh glorioso San José, que velaste tu
incomparable y real dignidad de guardián de Jesús y de la Virgen María bajo la
humilde apariencia de artesano, y con tu trabajo sustentaste sus vidas, protege
con amable poder a los hijos que te están especialmente confiados!
"Tú conoces sus angustias y sus sufrimientos
porque tú mismo los probaste al lado de Jesús y de su Madre. No permitas que,
oprimidos por tantas preocupaciones, olviden el fin para el que fueron creados
por Dios; no dejes que los gérmenes de la desconfianza se adueñen de sus almas
inmortales. Recuerda a todos los trabajadores que en los campos, en las
oficinas, en las minas, en los laboratorios de la ciencia no están solos para
trabajar, gozar y servir, sino que junto a ellos está Jesús con María, Madre
suya y nuestra, para sostenerlos, para enjugar el sudor, para mitigar sus
fatigas. Enséñales a hacer del trabajo, como hiciste tú, un instrumento
altísimo de santificación". Juan XXIII
El origen de la
fiesta litúrgica de San José Obrero se remonta al 1 de Mayo de 1955. Ese día,
Roma era un hervidero de gentes venidas de muchas partes del orbe, y en la
Ciudad Eterna parecía correr un aire nuevo, recién estrenado. Era un encuentro
multitudinario y gozoso de más de 200.000 obreros con el Papa Pío XII. Ese
mismo día, 1 de Mayo de 1955, en el incomparable marco de la plaza de San Pedro
repleta de trabajadores, el Papa proclamaba la Fiesta del Trabajo, y en el
calendario de la Iglesia universal nacía la fiesta de San José Obrero, patrono
de los trabajadores.
Los textos de la liturgia del día constituyen una
catequesis del significado del trabajo humano a través de la fe.
Al menos, desde 1898, en que León XII abordó el tema
del trabajo y la situación de los trabajadores con su importantísima encíclica
Rerum Novarum, la Iglesia ha sido pródiga en la publicación de documentos sobre
la llamada "cuestión social". Entre estos documentos, se puede
destacar Quadragesimo Anno, de Pío XI; Mater et magistra, del Beato Juan XXIII;
la Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II; Populorum Progressio, de Pablo
VI, y la Laborem exercens, de Juan Pablo II, en la que se profundiza sobre la
espiritualidad del trabajo.
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