Recordando a Mons. Romero y su testimonio de Pastor
“…El
Evangelio me impulsa a hacerlo y en su nombre estoy dispuesto a ir a los
tribunales, a la cárcel y a la muerte…”
“…Que
este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres, nos alimente
también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor,
como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro
pueblo…”
“¡Qué
fácil es denunciar la injusticia estructural, la violencia institucionalizada,
el pecado social! Y es cierto todo eso, pero ¿dónde están las fuentes de ese
pecado social?: En el corazón de cada hombre. La sociedad actual es como una
especie de sociedad anónima en que nadie se quiere echar la culpa y todos son
responsables. Todos son responsables del negocio pero es anónimo. Todos somos
pecadores y todos hemos puesto nuestro grano de arena en esta mole de crímenes
y de violencia en nuestra Patria.” (Mons. Romero, 23 de
marzo de 1980)
Mons.
Romero se convirtió en un “implacable” defensor de la dignidad humana , porque veía
Cristo presente en cada hombre y mujer, su imagen traspaso las fronteras por ser la: “voz de los sin voz”. Muchas de
los sectores poderosos y algunos obispos y sacerdotes se encargaron de manchar
su nombre, incluso llegando hasta los oídos de las autoridades de Roma. Mons.
Romero sufrió mucho esta situación, le dolía la indiferencia o la traición de
alguna persona en contra de él. Ya a finales de 1979 Monseñor Romero sabía el
inminente peligro que acechaba contra su vida y en muchas ocasiones hizo
referencia de ello consciente del temor humano, pero más consciente del temor a
Dios a no obedecer la voz que suplicaba interceder por aquellos que no tenían
nada más que su fe en Dios: los pobres.
El
domingo 23 de marzo de 1980 Mons. Romero pronunció su última homilía, la cual
fue considerada por algunos como su sentencia de muerte debido a la dureza de
su denuncia: “en nombre de Dios y de este pueblo sufrido… “…Si denuncio y condeno la injusticia es
porque es mi obligación como pastor de un pueblo oprimido y humillado…”
(Ultimas palabras de la Homilía pronunciada en la Eucaristía que fue asesinado)
Ese
24 de marzo de 1980 Monseñor OSCAR ARNULFO ROMERO GALDAMEZ fue asesinado de un
certero disparo, aproximadamente a las 6:25 p.m. mientras oficiaba la
Eucaristía en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, exactamente al
momento de preparar la mesa para recibir el Cuerpo de Jesús. Fue enterrado el
30 de marzo y sus funerales fueron una manifestación popular de compañía.
Raramente el pueblo se reúne para darle el adiós a alguien, pero él era su
padre, quien los cuidaba, quien los quería, todos querían verlo por última vez.
Hoy
nos hacen tanta falta voces de Pastores valiente que se eleven sobre las
oscuridades e inseguridades que vive nuestra Iglesia, Pastores que nos hable y
nos recuerden y testifiquen al Pastor Divino.
Bendita
la memoria de Mons. Romero y de tantos testigos de la fe en nuestra Iglesia de América
Latina, oren por nosotros hoy y siempre.
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