De la curia romana “¡líbera nos, Dómine¡”
A ver si de una vez, decidimos afrontar los católicos
el tema de la curia romana, y de otras diocesanas, con empeño, entre otros,
para salvar la figura del Papa y las de algunos obispos. Es posible que se
trate de uno de los temas que más preocupan hoy al Papa –“triste y dolido”-,
quien recientemente además se quejó en público de los dolores cabeza que sufre.
Al Papa apenas si le da tiempo a ser y ejercer de
Papa. Inmediatamente que es elegido y “coronado”, cae ya en manos de la
todopoderosa, medieval y más que laica curia romana, que es la que, a través de
sus organismos revestidos de latinajos y de privilegios, actúa y hace presente a la Iglesia como Iglesia.
En tiempos no muy pasados en los que la figura del
Papa en la Iglesia era eminente, el entonces Cardenal Suenens, arzobispo de
Malinas, refiere que, al demandarles a los miembros de la curia romana
determinadas actuaciones eclesiales, le respondieron con contundencia que “los
Papas pasan, pero la curia permanece”. Con la formulación tan significativa y
real, de conductas, actividades, gobierno y procederes, con decretos firmados
“en el nombre de Dios”, es explicable que la curia sea, y se comporte, tanto o
más todopoderosa que el mismísimo Papa.
Está por hacer, pero se hará, un pormenorizado estudio
acerca de la procedencia de los “curiales” en la actualidad, de sus méritos y
de los comportamientos seguidos en los últimos tiempos, y cuantos y quienes
fueron sus beneficiarios principales.
Es sagradamente preciso que el Pueblo de Dios, en sus
diversos niveles, efectúe toda clase de esfuerzos para preservar al Papa, y
exonerarlo de la imagen que la curia proporciona y difunde ante los ojos de los
creyentes. y de los que aspiran a serlo algún día imposible. Las recientes y
sorprendentes noticias, de las que todos los medios de comunicación del mundo
se hacen eco, y otras que posiblemente se harán públicas algún día, aceleran
que se tomen ya las medidas, por muy dolorosas que sean, para la profunda
renovación, o desaparición, de este organismo pontificio, con sobrenombres
pomposamente cardenalicios, arzobispales, episcopales y los relacionados con
las nunciaturas, revestidos de títulos “eminentísimos, excelentísimos y
reverendísimos”, y otras vanidades.
El Papa –este Papa- tiene bastante con idear o
redactar sus homilías, discursos y sermones, e intentar hacer vivir a Cristo
Jesús a través de su propia persona con ejemplos claros y precisos, presidir
actos, celebraciones litúrgicos lo más religiosa y humildemente posibles, junto
con algunas funciones –las mínimas- como Jefe Soberano que es del Estado
Vaticano.
La curia como tal, desde su propia condición de
funcionarios de quienes la sirven, por muy eclesiásticos que se intitulen y
presenten, difícilmente podrá ser signo y sacramento de Cristo Jesús. Este
jamás llegaría a trabajar en la curia, por muy necesaria que alguien crea que
esta es para el funcionamiento evangélico de la institución eclesiástica.
La suplantación del Papa por los miembros de la curia,
tal y como aconteció en los tiempos pasados, y acontece en los presentes, con
la correspondiente cita al Espíritu Santo, con suma e infranqueable complejidad
teológica puede ser aceptada y asumida por el Pueblo de Dios. Teólogos y
pastoralistas así lo reconocen y lamentan. El Papa es el Papa y la curia es la
curia y ya está, no habiendo más que “teologizar”.
No es licito ante Dios y ante los hombres, y
constituye una presunción y atrevimiento, presentar documentos con la firma del
Papa, que con seguridad apenas si él puede, o pudo, leer y asumir con todas sus
consecuencias y con la agravante de que del mismo Espíritu Santo hagan los
interesados.
De la curia romana “¡líbera nos, Dómine¡”, habría de
ser oración jaculatoria de actualidad, completándola con referencias concretas
a la liberación del Papa de las “garras “ curiales, tarea y objetivo apremiante
del Pueblo de Dios. No hay derecho a que la imagen y del Papa, y la de la
Iglesia en general, sufra deterioros tan graves.
Comentarios