Dormición y Asunción de la Santísima Virgen María en la Tradición de Oriente
La fiesta de la Dormición de la Madre de
Dios, conocida en Occidente bajo el nombre de la Asunción, comprende dos
momentos distintos más inseparables para la fe de la Iglesia: la muerte y
sepultura de la Madre de Dios; y su resurrección y ascensión. El Oriente ortodoxo
ha sabido respetar el carácter misterioso de este acontecimiento que,
contrariamente a la resurrección de Cristo, no ha sido objeto de la predicación
apostólica. En efecto, se trata de un misterio que no está destinado a los oídos
de “los del exterior”, sino que se revela a la conciencia interior de la
Iglesia. Para aquellos que están afirmados en la fe en la resurrección y la
ascensión del Señor, es evidente que, si el Hijo de Dios había asumido su
naturaleza humana en el seno de la Virgen, aquella que ha servido en la
Encarnación debía a su vez ser asumida en la gloria de su Hijo resucitado y
ascendido al cielo. Resucita, Señor, en tu reposo, tú y el Arca de tu santidad
(Sal. 131, 8, que se repite en muchas ocasiones en el oficio de la Dormición). “El
sepulcro y la muerte” no han podido retener a “la Madre de la vida” pues su
Hijo la ha trasladado a la vida del siglo futuro.
Aconteció una vez que la Santísima Virgen María se
encontraba orando en el Monte de Eleón (cerca de Jerusalén) cuando se le
apareció el Arcángel Gabriel con una rama de palma del Paraíso en sus manos y
le comunicó que en tres días su vida terrenal iba a llegar a su fin y que el
Señor se La llevará consigo. El Señor dispuso que, para ese entonces, los
Apóstoles de distintos países se reunieran en Jerusalén. En el momento del
deceso, una luz extraordinaria iluminó la habitación en la cual yacía la Virgen
María. Apareció el propio Jesucristo, rodeado de Ángeles y tomó Su purísima
alma. Los Apóstoles enterraron el purísimo cuerpo de la Madre de Dios, de
acuerdo a Su voluntad, al pie de la montaña de Eleón, en el jardín de
Getsemaní, en la gruta donde se encontraban los cuerpos de Sus padres y el de
San José. Durante el entierro ocurrieron muchos milagros. Con sólo tocar el
lecho de la Madre de Dios, los ciegos recobraban la vista, los demonios eran
alejados y cualquier enfermedad se curaba.
Tres días después del entierro de la Madre de Dios,
llegó a Jerusalén el Apóstol Tomás que no pudo arribar a tiempo. Se entristeció
mucho por no haber podido despedirse de la Virgen María y, con toda su alma,
expresó su deseo de venerar Su purísimo cuerpo. Cuando se abrió la gruta donde
fue sepultada la Virgen María, Su cuerpo no fue encontrado y sólo quedaron las
mantas funerarias. Los asombrados Apóstoles retornaron a su vivienda. Al
anochecer, mientras rezaban, oyeron un canto angelical y al levantar la vista
pudieron ver a la Virgen María suspendida en el aire, rodeada de Ángeles y
envuelta en un brillo de gloria celestial. Ella les dijo a los Apóstoles:
"¡Alégrense! ¡Estaré con ustedes todos los días!"
Su promesa de ser auxiliadora e intercesora de los
cristianos se mantiene hasta el día de hoy y se convirtió en nuestra Madre
celestial. Por Su gran amor y Su ayuda todopoderosa, los cristianos desde
tiempos remotos la veneran y acuden a Ella para pedir ayuda y la llaman
"Fervorosa Intercesora por el género humano," "Consuelo de todos
los afligidos" y quien "no nos abandona después de Su
dormición." Desde tiempos remotos, y siguiendo el ejemplo del Profeta
Isaías y de Santa Elizabet, empezó a ser llamada Madre de Dios (o Deípara) y
Madre de nuestro Señor Jesucristo. Este nombre surge como consecuencia de que
Ella engendró a Aquél que siempre fue y será el verdadero Dios.
La Santísima Virgen María es un gran ejemplo para
todos aquellos que tratan de complacer a Dios. Ella fue la primera que decidió
entregar Su vida enteramente a Dios. Demostró que la voluntaria virginidad
supera a la vida familiar y matrimonial. Siguiendo Su ejemplo, ya desde el
inicio de los siglos, muchos cristianos empezaron a llevar una vida casta con
oraciones, ayunos y la mente orientada a Dios. Así surgió y se afirmó el
monacato. Lamentablemente, el mundo contemporáneo no ortodoxo no valora en
absoluto y hasta se burla de la castidad, olvidándose de las palabras del
Señor: "Porque hay eunucos (vírgenes) que nacieron así del vientre de su
madre; y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que
se hicieron a sí mismos eunucos por causa del Reino de los Cielos; el que sea
capaz de recibir esto, que lo reciba" (San Mateo 19:12).
Completando esta breve visión de la vida terrenal
de la Virgen María, cabe agregar que Ella, tanto en el momento de Su suprema
Gloria, cuando fue elegida para convertirse en la Madre del Salvador del Mundo
como también durante las horas de Su inmensa pena, cuando al pie de la cruz y
según la profecía de San Simeón "un arma traspasó Su alma," demostró
tener un pleno dominio de sí misma. Con esto, descubrió toda la fuerza y la
belleza de Sus virtudes: la humildad, la fe inquebrantable, el valor, la
paciencia, la esperanza en Dios y el amor hacia Él.
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