Ubi concordia, ibi victoria “Donde está la unidad, está la victoria”.
Una declaración de principios
La libertad, la verdad y
la unidad en la diversidad es para cada uno de nosotros miembros de la iglesia a
un tiempo don, tarea y misión. La Iglesia puede y debe ser a todos los niveles
una comunidad de hombres libres que vivamos en la verdad. Si queremos servir a Jesús
presente en cada hombre y mujer, nunca podemos permitir ser una institución de poder
según los criterios simplemente humanos, más bien el servicio, la entrega, el
testimonio desde ser la senda por la que transitemos. Liberados de la
esclavitud a la letra de la Ley por la ley, del peso de la culpa, del miedo a
la muerte; liberados para la vida, para el sentido de la vida, el servicio y el
amor. Hombres que no tienen que estar sometidos más que a Dios, y no a poderes
anónimos ni a otros hombres y mucho menos imponiendo cruces a los otros,
sabiendo que Nuestro Señor nos libera y ayuda a cargar con las propias.
Donde no hay libertad, no
está el Espíritu del Señor. Esta libertad, por más que haya de realizarse en la
existencia del individuo, no debe ser en la Iglesia un mero llamamiento moral
(ordinariamente dirigido a los otros). Tiene que ser efectiva en la
configuración de la comunidad eclesial, en sus instituciones desde la curia romana,
las congregaciones religiosas, nuestras parroquias pasando por todos y cada uno
de los creyentes.
Nadie en la Iglesia tiene
derecho a manipular, reprimir o suprimir, abierta o solapadamente, la libertad
fundamental de los hijos de Dios y establecer la soberanía del hombre sobre el
hombre, en lugar de la soberanía de Dios. En la Iglesia debe manifestarse esta
libertad en la libertad de palabra y en la libertad de acción y renuncia, pero
también en las instituciones y constituciones eclesiásticas: la misma Iglesia
debe ser a la par ámbito de libertad y abogada de la libertad en el mundo.
Hoy
como nunca somos llamados a limpiar el corazón de mentiras y rencores, limpiar
el corazón de toda codicia, recordemos que somos barro en manos del alfarero,
dejemos que Él moldee nuestras vidas. Así unidos en la libertad, la verdad, los
creyentes dejaremos que brille la fe e ilumine a nuestro mundo con nuestro
testimonio. Así nos prepararnos para vivir y enfrentar de cara a
Dios y al mundo esta etapa de nuestra vida como comunidad, viviendo en la verdad,
la libertad el sabernos necesitados de constante conversión y vuelta al Señor,
porque nada de lo que ocurre en la iglesia nos puede ser ajeno o indiferente, No
es tiempo de desertar, acá estamos, sintiéndonos hermanos y sintiéndote hermano
en el Señor Jesús, queriendo compartir las fuerzas de su Espíritu..
Termino este post con las
palabras de Benedicto XVI:
“Me
gustaría invitar a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarnos
como niños en los brazos de Dios, seguros de que esos brazos nos sostienen
siempre y son lo que nos permiten caminar todos los días, también entre las
fatigas”.
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