“El Señor nos conceda a un Pontífice con corazón generoso”
En oración, confiada, dejándonos sorprender por el Espíritu
Santo, Espíritu de la verdad, que estás presente en la Iglesia como cuerpo místico de Jesús y lo llena todo. Él venga y según la voluntad de Dios nos conceda a un Pontífice según el corazón de Jesús Buen Pastor. Que nuestra oración e invocación al Santo Espíritu acompañe estos días a los Cardenales electores.
Me parece muy oportuno leer y meditar la homilía del
Cardenal Ángelo Sodano durante la Santa Misa Pro eligiendo Romano Pontífice:
¡Queridos
concelebrantes, distinguidas autoridades, hermanos y hermanas en el Señor!
“Cantaré
eternamente las misericordias del Señor” es el canto que una vez más ha
resonado en la tumba del Apóstol Pedro, en esta hora importante de la historia
de la Santa Iglesia de Cristo. Son las palabras del salmo 88 que han florecido
en nuestros labios para adorar, agradecer y suplicar al Padre que está en los
Cielos. “Las misericordias del Señor eternamente cantaré”: es el bello texto en
latín que nos ha introducido en la contemplación de Aquel que siempre vigila
con amor sobre su Iglesia, sosteniéndola en su camino a través de los siglos y
vivificándola con su Santo Espíritu.
También nosotros
hoy con tal actitud interior queremos ofrecer con Cristo al Padre que está en
los Cielos, agradecerle por la amorosa asistencia que siempre reserva a su
Santa Iglesia, y en particular por el luminoso Pontificado que nos ha concedido
con la vida y las obras del 265º Sucesor de Pedro, el amado y venerado
Pontífice Benedicto XVI, al cual en este momento renovamos toda nuestra
gratitud.
Al mismo tiempo
queremos implorar del Señor que a través de la solicitud pastoral de los Padres
Cardenales, quiera pronto conceder otro Buen Pastor, a su Santa Iglesia.
Cierto, nos sostiene en esta hora la fe en la promesa de Cristo sobre el
carácter indefectible de su Iglesia. Jesús en efecto dijo a Pedro: “Tu eres
Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no
prevalecerán contra ella” (Cfr. Mt 16,18).
Hermanos míos, las
lecturas de la Palabra de Dios que recién escuchamos, nos pueden ayudar a
comprender mejor la misión que Cristo ha confiado a Pedro y a sus Sucesores.
1. El mensaje del
amor
La primera lectura
nos ha vuelto a proponer un célebre oráculo mesiánico de la segunda parte del
libro de Isaías, aquella parte llamada “el Libro de la consolación” (Isaías 40,
66). Es una profecía dirigida al pueblo de Israel destinado al exilio en
Babilonia. Para ellos Dios anuncia el envío de un Mesías lleno de misericordia,
un Mesías que podrá decir “El espíritu del Señor Dios está sobre mí… me ha
enviado a traer el feliz anuncio a los pobres, para vendar los corazones rotos,
a proclamar la libertad a los esclavos, la excarcelación de los prisioneros, a
promulgar el año de misericordia del Señor” (Isaías 61, 1-3).
El cumplimiento de
tal profecía se ha realizado plenamente en Jesús, venido al mundo para hacer
presente el amor del Padre hacia los hombres. Es un amor que se hace
particularmente notar en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la
pobreza, con todas las fragilidades del hombre, sea físicas que morales. Es
conocida al respecto la célebre encíclica del Papa Juan Pablo II “Dives in
misericordia”, que añadía: “el modo en el cual se manifiesta el amor es a
propósito denominado en el lenguaje bíblico ‘misericordia’.” (Ibíd. n. 3).
Esta misión de
misericordia ha sido luego confiada por Cristo a los pastores de su Iglesia. Es
una misión que compromete a cada sacerdote y obispo, pero compromete aún más al
Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia universal. A Pedro, en efecto, Jesús dijo:
“Simón de Juan ¿me amas tú más que estos? … Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15).
Es conocido el comentario de san Agustín a estas palabras de Jesús: “sea por lo
tanto tarea del amor apacentar la grey del Señor”; “sit amoris officium pasceré
dominucum gregem” (In Iohannis Evangelium,123, 5; PL 35, 1967).
En realidad, es
este amor que empuja a los Pastores de la Iglesia a desarrollar su misión de
servicio a los hombres de cada tiempo, del servicio caritativo más inmediato
hasta el servicio más alto, aquel de ofrecer a los hombres la luz del Evangelio
y la fuerza de la gracia.
Así lo ha indicado
Benedicto XVI en el Mensaje para la Cuaresma de este año (Cfr. n. 3). Leemos en
efecto en tal mensaje: “A veces se tiende en efecto a circunscribir el término
‘caridad’ a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. Es importante, en
cambio recordar que la máxima obra de caridad es precisamente la
evangelización, o sea el ‘servicio de la Palabra’. No hay una acción más
benéfica y por tanto caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la
Palabra de Dios, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la
más alta e integral promoción de la persona humana. Como escribe el Siervo de
Dios Papa Pablo VI en la Encíclica: Populorum progressio: es el anuncio de
Cristo el primer y principal factor de desarrollo (Cfr. n.16)”.
2. El mensaje de la
unidad
La segunda lectura
sacada de la Carta a los Efesios, escrita por el Apóstol Pablo propiamente en
esta ciudad de Roma durante su primer encarcelamiento (años 62-63 d.C.). Es una
carta sublime en la cual Pablo presenta el misterio de Cristo y de la Iglesia.
Mientras la primera parte es más doctrinal (cap. 1-3), la segunda, donde se
introduce el texto que hemos escuchado, es de tono más pastoral (cap. 4-6). En
esta parte Pablo enseña las consecuencias prácticas de la doctrina presentada
antes y empieza con una fuerte llamado a la unidad eclesial: "Los exhorto
pues yo, el prisionero del Señor, a comportarse de manera digna de la vocación
que han recibido, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándose
recíprocamente con amor, tratando de conservar la unidad del espíritu a través
del vínculo de la paz (Ef 4, 1-3).
S. Pablo explica
luego que en la unidad de la Iglesia existe una diversidad de dones, según la
multiforme gracia de Cristo, pero esta diversidad está en función de la
edificación del único cuerpo de Cristo: “Es él el que ha establecido a algunos
como apóstoles, otros como profetas, otros como evangelistas, otros como
pastores y maestros, para hacer idóneos a los hermanos para cumplir el
ministerio, a fin de edificar el cuerpo de Cristo" (Cfr. 4,11-12).
Es propiamente por
la unidad de su Cuerpo Místico que Cristo ha enviado luego su Santo Espíritu y
al mismo tiempo ha establecido a sus Apóstoles, entre los cuales Pedro
sobresale como el fundamento visible de la unidad de la Iglesia.
En nuestro texto
San Pablo nos enseña que también todos nosotros tenemos que colaborar para
edificar la unidad de la Iglesia, ya que para realizarla es necesaria “la
colaboración de cada articulación, según la energía propia de cada miembro” (Ef
4,16). Todos nosotros, pues, somos llamados a cooperar con el Sucesor de Pedro,
fundamento visible de tal unidad eclesial.
3. La misión del
Papa
Hermanos y hermanas
en el Señor, el Evangelio de hoy nos reconduce a la última cena, cuando el
Señor les dijo a sus Apóstoles: “Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a
los otros, como yo los he amado” (Jn 15,12). El texto también conduce a la
primera lectura del profeta a Isaías sobre el actuar del Mesías, para
recordarnos que la actitud fundamental de los Pastores de la Iglesia es el
amor. Es aquel amor que nos empuja a ofrecer la misma vida por los hermanos.
Nos dice, en efecto, Jesús: “nadie tiene un amor más grande que éste: dar la
vida por los propios amigos” (Jn 15,12).
La actitud
fundamental de cada buen Pastor es pues dar la vida por sus ovejas (Cfr.
Jn10,15). Esto vale sobre todo para el Sucesor de Pedro, Pastor de la Iglesia
universal. Porque cuánto más alto y más universal es el oficio pastoral, tanto
más grande tiene que ser la caridad del Pastor. Por esto en el corazón de cada
Sucesor de Pedro resuenan siempre las palabras que el Divino Maestro dirigió un
día al humilde pescador de Galilea: “Diligis me plus his? Pasce agnos meos…
pasce oves meas”; ¿me quieres más que éstos? Apacienta mis corderos… ¡apacienta
mis ovejas! (Cfr. Jn 21,15-17).
En el surco de este
servicio de amor hacia la Iglesia y hacia la humanidad entera, los últimos
Pontífices también han sido artífices de muchas iniciativas benéficas hacia los
pueblos y la comunidad internacional, promoviendo sin cesar la justicia y la
paz. Rogamos para que el futuro Papa pueda continuar esta incesante obra a
nivel mundial.
Del resto, este
servicio de caridad es parte de la naturaleza íntima de la Iglesia. Lo ha
recordado el Papa Benedicto XVI diciéndonos: “también el servicio de la caridad
es una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y es expresión
irrenunciable de su misma esencia” (Carta apostólica en forma de Motu proprio
Intima Ecclesiae natura, el 11 de noviembre de 2012, proemio; Cfr. Carta
Encíclica Deus caritas est, n. 25).
Es una misión de
caridad que es propia de la Iglesia, y de modo particular es propia de la
Iglesia de Roma, que, según la bella expresión de S. Ignacio de Antioquía, es
la Iglesia que “preside en la caridad”; “praesidet caritati” (Cfr. Ad Romanos,
praef.; Lumen gentium, n. 13).
Mis hermanos,
oremos para que el Señor nos conceda a un Pontífice que desarrolle con corazón
generoso tal noble misión. Se lo pedimos por intercesión de María Santísima,
Reina de los Apóstoles, y de todos los Mártires y los Santos que en el curso de
los siglos han hecho gloriosa esta Iglesia de Roma. ¡Amén!
Ángelo Sodano, Cardenal
Decano
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