Semana Santa: tiempo de reflexión y gratitud
Estamos en las puertas de Semana Santa, es un momento propicio para
reflexionar en lo que significa realmente esta celebración para evitar
reducirla solamente a lo externo o a los meramente sensible: procesiones,
imágenes bellísimas, música, bullicio o un tiempo libre…
Jesucristo, Redentor y
Pastor Bueno se entrega por la salvación tuya y mía. No como un líder temporal
en lucha contra los poderosos de su tiempo, aunque si son cuestionados a partir
del amor y la responsabilidad que les corresponde ayer y hoy, su muerte no fue
solo una consecuencia del odio o de la envidia. Su pasión, muerte y
resurrección venía a cumplir las promesas y entrega máxima del amor del Padre
por todos y cada uno de los hombres a través del tiempo y de la historia.
Contemplemos, acompañemos
y vivimos junto al Señor los distintos momentos de su Pasión, la liturgia, el
arte con gran realismo y belleza, nos ayuda y mueve a profundizar en el
sacrificio de la cruz y hacer un alto en el camino, para preguntarnos ¿Por qué
lo hizo? ¿Qué tengo yo que ver con su sufrimiento? Y el corazón agradecido pregunta
¿Cómo puedo pagar su inmenso amor?
Al padecer, morir y
resucitar se nos abrió un camino vivo y nuevo donde el valor de la entrega, del
amor, de poner el corazón a disposición de los otros encuentre su sentido pleno
y nos anima a que tomemos nuestra propia cruz con esperanza renovada y nuestra
capacidad de entrega y de amor fortalecida para testimoniar su presencia en
medio de nuestras vidas, consciente de nuestra necesidad de volver cada día a Él,
conscientes que sin Él nada podemos y que somos llamados a vivir nuestra fe en
comunión como iglesia , como pueblo que camina llamados por su Señor a servir y
entregarnos a los demás así como también él lo hizo: «Pues si yo, el Maestro y Señor, les he lavado a ustedes los pies,
también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado un ejemplo,
para que ustedes hagan lo mismo que yo les he hecho» (Juan
13.14–15).
Esta es la maravillosa
realidad de la que somos participes, la Cruz aceptada para redimirnos, la
resurrección y el llamado a vivir la fe y entrega con comunión ante el mundo.
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