Adviento 2013
«Mira
que estoy a la puerta y llamo» (Ap 3,20), a la puerta de tu corazón,
ahora
que en tu creciente niñez estás al comienzo de una vida por hacer;
ahora
que empiezas a darte cuenta de quién soy y qué es lo que solicito de ti;
ahora
que ya comienzas a acostumbrarte a tomar decisiones por tu cuenta
y te
puedes relacionar con tus semejantes en libertad y cierta responsabilidad.
Sí, llamo a la puerta de tu corazón, joven de
cualquier tipo que seas,
cuando
has asumido la vida con todas sus caras y gozas de ella sin ambages;
cuando
eres capaz de realizar heroicidades sin cuento con la generosidad a flor de
piel,
abierto
a las mayores renuncias y a las más grandes entregas,
sin
que te importe lo que puedan costar tus decisiones tomadas sin marcha atrás.
Llamo a la puerta de tu corazón, mujer de
buena voluntad, adulta y anciana,
en el
momento en que has formado una familia
y te
entregas a ella con la pasión de la esposa y de la madre;
ahora
que estás viviendo una nueva etapa llena de sentido, que has llegado a la
madurez
y
sabes por experiencia que lo mejor de ti consiste en darte sin condiciones a
los demás.
Llamo a la puerta de tu corazón, hombre hecho
y derecho de la edad que seas,
precisamente
en este tiempo en que tu vida va tomando decisiones que marcan lo por venir,
que
realizas un trabajo difícil de conseguir en esta época de tantas carencias;
que
debes dejar tiempo para tu cónyuge e hijos,
ya
que necesitan de tu palabra, de tus gestos, de tu entrega y sobre todo de tu
ejemplo.
Llamo a
la puerta de tu corazón, tu consagrada o consagrado con un amor indiviso,
que
has asumido los valores del reino, fundamentales en la opción tomada,
y no
te cansas por el establecimiento de las bienaventuranzas en este mundo;
ahora
que vives mirando al futuro, en el que Dios espera con los brazos abiertos,
y te
has convertido en un signo de su ultimidad ante los demás.
Llamo a
la puerta de tu corazón, sacerdote contagiado de mi caridad pastoral,
que
quieres vivir la llamada al seguimiento y a la misión con radicalidad.
Encuentra
en mi llegada a tu existencia lo que tanto necesitas,
para
transparentarme delante de la comunidad, en la que me representas;
en la
que te esfuerzas por ser hermano, maestro y sobre todo pastor.
Bienaventurados todos vosotros, si escucháis
mi voz
y me
abrís la puerta con la disponibilidad y la obediencia que tuvo mi Santa Madre;
si me
miráis cara a cara con su ternura, esa
ternura que yo mantengo de ella,
y
aceptáis fielmente sin componendas de ninguna clase mi reto de filiación y
fraternidad.
Estoy
delante de cada uno de vosotros y os ofrezco lo mejor que tengo: mi salvación,
esa
salvación que no pueden conceder los poderes de este mundo.
En este tiempo de gracia llego una vez más a
ti, persona de carne y hueso, con nombre y apellido
y te
llamo a ti en las circunstancias concretas de tu existencia de cada día;
te
pido que te relaciones conmigo y con los otros en fe, esperanza y caridad.
Una
vez más quiero moverte a conversión y a la acción en favor de los necesitados.
Deseo
hacerme presente en tu actividad imprescindible.
Sí,
deseo a través de ti actuar en esta sociedad, tan necesitada del Padre y de los
hermanos.
¡Ábreme
tu corazón!
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