Nuestra Esperanza
Nuestra esperanza tiene sentido, un gran sentido porque
Cristo Jesús, el Mesías esperado y anunciado por los profetas en el Antiguo
Testamento, el Hijo de Dios se hizo carne, "plantó su tienda entre
nosotros". Se hizo uno de los nuestros, es decir: nuestro Dios es un Dios
cercano, ha compartido nuestra humanidad, ha sabido de las alegrías y
esperanzas de los hombres, ha vivido en el mundo que los hombres día a día van
tejiendo: "hecho hombre por vosotros".
A diferencia de la imagen de dios que algunos han
creado, de ese ser temible, lejano, castigado, que aterroriza el Padre de
Jesús, "nuestro Dios" es un ser amoroso, compasivo, un padre
solícito, misericordioso. Y eso hace posible que nosotros mantengamos la
esperanza, que todavía tenga sentido esperar.
Pero nuestra espera es vigilante
porque una esperanza pasiva no nos acercaría al Reino.
Cristo dio sentido a la esperanza de muchos hombres y
mujeres que compartieron con él su existencia, curó enfermos, resucitó muertos,
devolvió la alegría a los tristes, inició el Reino nuevo de auténtica
felicidad. La vida que él presentó es modelo para la vida de los hombres de
todos los tiempos, porque el esfuerzo, la entrega, el amor, la solidaridad, e incluso
el dolor, la enfermedad y la muerte tienen ahora sentido, un sentido totalmente
nuevo y pleno.
La humanidad entera camina en Cristo hacia la Vida,
hacia la realización plena de los deseos más profundos de los hombres, hacia la
plenitud que "Dios nos tiene preparada", hacia la "participación
de su condición divina".
Adviento es nuestra esperanza, es reanudar con firmeza
el camino, es transformarnos en profetas que anuncian la “Esperanza”.
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