TRANSMITIR LA FE CONALEGRÍA … Y evitar la tentación del celo amargo (2° Parte)
El afán
apostólico verdadero y el celo amargo
Para
entender mejor cómo Dios espera que transmitamos la fe, nos servirá confrontar entre
sí dos maneras de preocuparse por la salvación de los demás, promover la
verdad, difundir el bien y apartar del mal. Una correcta y una incorrecta. Dos
manera que llamaremos el afán apostólico verdadero y el celo amargo.
Quien
ama a Cristo ante las almas siente un impulso interior –celo lo llama la
Teología Espiritual– a rezar, hablar, hacer… para conquistar el mundo para
Cristo. Quien es consciente del tesoro del amor de Dios que tiene, siente
hambres de contagiarlo a los demás. Es el celo santo del cristiano que se sabe
llamado a ser apóstol, un fervor que nace del amor a Dios y a las almas.
Santiago
Apóstol distingue este celo, de otro que podría resultar parecido pero que no
es bueno. Lo hace cuando habla de una sabiduría verdadera y una falsa, según
sea la actitud que tenga quien posea la verdad.
¿Hay
alguno entre vosotros sabio y docto? Pues que muestre por su buena conducta que hace sus obras con la mansedumbre
propia de la sabiduría. Pero si tenéis en vuestro corazón celo amargo y rencillas, no os jactéis ni falseéis la verdad. Una
sabiduría así no desciende de lo alto, sino que es terrena, meramente natural,
diabólica. Porque donde hay celos y rencillas, allí hay desorden y toda clase
de malas obras. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer
lugar, pura, y además pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y de
buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. Los que promueven la paz siembran con
la paz el fruto de la justicia. (Santiago 3,13–18)
Todos
queremos ser sabios y doctos. ¿Cómo lo seremos, cómo sabemos si lo somos? Se ve
en las buenas obras –el testimonio existencial que muestra lo hay dentro del
alma–. Y más en concreto, en una tonalidad que tienen esas buenas obras: la
mansedumbre, que es lo que distingue la sabiduría.
A ella
el Apóstol contrapone otra sabiduría, que no es santa, sino que incluso
califica de diabólica. La del celo amargo y las rencillas. Y la caracteriza por
celos, rencillas, desorden y toda clase de obras malas. Es decir, se trata un
celo por el bien –un impulso a realizar el bien y combatir el mal– que es malo
porque obra mal: pone el énfasis en combatir el mal, y se acaba olvidando del
bien…
Que la
mansedumbre y el respeto sean piezas claves del apostolado, lo confirma también
San Pedro:
¿Y quién podrá haceros daño, si sois celosos del
bien? De todos modos, si tuvierais que padecer por causa de la justicia,
bienaventurados vosotros: No temáis ante sus intimidaciones, ni os inquietéis,
sino glorificad a Cristo en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de
vuestra esperanza; pero con
mansedumbre y respeto, y teniendo limpia la conciencia, para que quienes
calumnian vuestra buena conducta en Cristo, queden confundidos en aquello que
os critican. Porque es mejor padecer por hacer el bien, si ésa es la voluntad
de Dios, que por hacer el mal(1 San Pedro 3, 13–17).
Ambos
apóstoles nos advierten sobre las maneras… ¿Por qué? Porque la certeza de la fe
al contemplar el mundo –con el bien y el mal–provoca un celo santo –pasión,
ardor–: el afán apostólico –vibrante y alegre–. Pero también existe un peligro,
ya que podría producir en nosotros un celo amargo –enojado y agresivo– ante la
presencia del mal.
Según
uno mantenga la mirada en el bien que es necesario difundir, o en el mal que se
encuentra alrededor; según uno se empeñe en combatir el mal o en sembrar el
bien.
Resulta
clarísimo cuál es el celo sano y el celo enfermo; el de Dios y el del demonio.
El
demonio intenta apagar la alegría de la fe, con la mirada de lo que no funciona
bien. Quien así se dejara llevar por una visión demasiado humana del mundo,
podría pensar que las cosas van mal para Cristo; que el apostolado es muy
difícil, que son tiempos difíciles. Y hacer olvidar la gracia, la fuerza de la
verdad, la inclinación al bien que todos tienen (más fuerte que la inclinación
al mal). Y entonces el alma, se llenaría de pesimismo, amargura, desánimo,
enojo ante tantas cosas que le resultan inaceptables…
Es muy
importante alejar toda sombra de pesimismo, de añoranza, de visión negativa de
los tiempos que nos ha tocado vivir, de impotencia, de frustración, de sentimiento de fracaso. Es
siempre una tentación, fruto de una visión sesgada de la realidad.
Cristo
triunfó, no fracasó. Estos tiempos –y todos los tiempos–requieren gente de fe,
que se juegue por Dios: no lamentos estériles, pesimismos perezosos, tristezas
paralizantes. No es un tema menor. Es importante si nos ataca el celo amargo, lo
sacudamos para recuperar el afán apostólico.
¿Qué
es el celo amargo?
Es una
corrupción del afán apostólico. Así como el vino se puede convertir en vinagre,
dejando de ser vino; de la misma manera el celo por el bien y la salvación de
las almas, puede corromperse en amargura y enojo por el pecado, apagando el
gusto por el bien (sólo queda el disgusto por el mal).
El
celo amargo es una tentación muy frecuente en gente que procura ser buena: le importa el bien, sufre por el mal,
lucha por el bien, es consciente del mal que el pecado hace a las almas, a las que
quiere. Esto fácilmente puede torcerse: acabar siendo muy sensibles
para percibir el mal (entonces se reconoce la menor dosis de mal) por todas
partes (ve todo infectado: aun losbuenos
tienen defectos); y olvidarse del bien.
Vamos
a hacer un recorrido –en paralelo–, por manifestaciones de afán apostólico y
otras de celo amargo.En el fondo son consejos sobre el modo de hacer apostolado:
considerar quése debe hacer y qué se debe evitar para acercar almas a Dios en
nuestros días.
Se
trata de:
1) Aprender a hacer apostolado: cómo hablar, cómo llegar a la gente.
Pensar, estudiar, leer, buscar, iniciativa, creatividad. Transmitir luz, amor
de Dios: clima necesariamente debe ser positivo, animante, sonriente… debe dar
gusto.
2) Y luchar para no dejarnos vencer por la tentación del celo amargo; que
no es sano, ya que donde no hay paz, Dios no está. No ayuda, normalmente
estropea el apostolado. Se vence con fe, esperanza y amor. Confianza en Dios,
adoración, agradecimiento, optimismo.
Los siete Mandamientos del afán apostólicoy
del celo amargo
Como
hemos dicho, si se tiene en cuenta que el cristianismo proclama el amor a Dios
y al prójimo, que la fe es acto personal de adhesión libre a Dios, etc., se
entenderá que en su transmisión debemos evitar absolutamente una serie de cosas
que contradice el mensaje; es decir, que lo niegan, haciendo que el receptor se
haga una idea deformada de lo que le decimos (no entenderá porque verá lo
contrario de lo que le decimos). Y, en positivo, hacer que manera que las
formas de explicar, hablar, comunicarse, confirmen el contenido del
cristianismo.
Volviendo
a Santiago, con mansedumbre. Encontrar las verdades profundas no es sencillo;
reconocer errores no es fácil; cambiar de actitudes y comportamiento, tampoco.
Si queremos ayudar a los demás a recorrer el camino, tendremos que ver cómo
hacérselo más fácil. De eso se trata.
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Apostolado
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Celo amargo
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Cómo ayudar al otro
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Con su libertad
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A empujones
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Dónde pone el foco
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Bien, verdad
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Mal, pecado
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Comunicación base
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Diálogo
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Discusión
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Clima humano
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Amistad, cordialidad
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Enojos, polémicas
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Motivación al otro
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Animar al bien
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Asustar con el mal
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Dosis
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De a poco
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Abrumar
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Modo
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Creatividad
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Repetición
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MANDAMIENTOS DEL APOSTOLADO
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MANDAMIENTOS DEL CELO AMARGO
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1º Valorar la libertad
Sólo se puede amar a Dios libremente. Sólo se puede aceptar el
mensaje de salvación voluntariamente. Esto no significa que abandonemos a la
gente que queremos a su suerte… Todos necesitamos ayuda para aprender y hacer
las cosas bien tanto en el terreno humano como en el espiritual. Y nosotros
queremos que todos los que la quieran, la tengan.
La libertad necesita del conocimiento: cuanto más conozco, más libre
puedo ser; la ignorancia atenta contra la libertad, ya que decido sin
conocimiento. El apostolado es una ayuda a la libertad: no empujamos a una
persona, sino que procuramos mostrarle, animarla, consolarla, motivarla,
etc., a buscar el bien y seguirlo.
Y procuramos hacerlo en el mayor respeto de la libertad. Siempre ha
sido así (sólo un tonto adhiere a principios que le cambian la vida por
presión de otro). Pero respetar la
libertad, no quiere decir abstenerse de ayudar a ser mejores, ni significa
ser indiferentes a su destino eterno. Nos importa y mucho, los queremos y
queremos lo mejor para ellos.
Hacer apostolado no es empujar a la gente a hacer cosas que no
quiere hacer. Es ayudar a descubrir lo que les llenará la vida, y a vivir de
acuerdo a eso.
Procuramos transmitir la seguridad que tenemos, algo bien distinto
de la intolerancia.
Se trata de iluminar, encender, animar. Hay unas palabras que San
Josemaría empleaba para hablar de la dirección espiritual, y que encajan
perfectamente aquí: hacer que el alma quiera (obviamente no se hace querer a
empujones).
Queremos que sean santos: porque queremos lo mejor para ellos.
Obvio. Pero, tienen que encontrarse ellos con Dios. Nosotros podemos
ayudarlos, queremos hacerlo, pero su voluntad es imprescindible. No sólo por
respeto, sino porque sin libertad no es posible amar a Dios.
Hay ámbitos –como la educación– en los que tenemos que exigir (como
nosotros necesitamos que nos exijan), pero no se trata de un empujón material, sino de abundancia de luz, de la
ayuda de nuestra oración y mortificación, del ejemplo que hace atractiva la
enseñanza, la sonrisa que hace amable
es esfuerzo… No es un atentado a la libertad, sino una ayuda necesaria.
Y tener
paciencia, frenar los apuros: tiene que caerle
la ficha.
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1º Pretender imponerse a los
demás
Como ya dijimos, el apostolado no es presionar a persona para que
haga cosas que no quiere hacer… Es ayudarle a descubrir lo que si mira bien
las cosas, lo que quiere es algo mejor, más grande, que le llenará la vida.
Pero el celo amargo lleva a ser impaciente, a pretender que la otra persona
ya ahora acepte lo que le decimos, a no aceptar que no lo vea tan claro o piense distinto. Esto, por
supuesto, movido por el amor a la verdad y a la otra persona (su intención es
muy buena).
Pero resulta que vivimos en una cultura que aprecia con primacía la
libertad. La gente tiene una gran sensibilidad, y con facilidad –exagerando
muchas veces– siente rechazo hacia lo que percibe como una imposición.
Ese celo por la libertad, hace que ante la menor sospecha de que
alguien quiera influir sobre ellos, de que les quiera imponer algo, se baje la persiana: entonces se acaba
el diálogo. No quiere escuchar, ni siquiera para pensar. En el fondo es
debido a su falta de seguridad.
En cuanto lo siente, baja la persiana, se acabó la conversación.
Esto hace necesario que no sólo respetemos su libertad, sino que además la
otra persona lo perciba. Así, por ejemplo, si no quiere hablar de un tema,
habrá que ser muy cuidadoso en cómo sacarlo, la frecuencia en la que se
plantea, etc.
Por otro lado es frecuente que quien tiene convicciones firmes sea
acusado por quien no las comparte, de ser cerrado. Así como respetamos la
libertad, hemos de exigir que se respete la nuestra. Ante acusaciones
injustas de cerrados, hay que tener
en cuenta que no es infrecuente que quien acusa de cerrado, sea lo
suficientemente cerrado para no aceptar que otro piense distinto…: es decir,
los cerrados acusan de cerrados a los demás. Podríamos responder: soy lo
suficientemente abierto como para hablar francamente con vos de estos temas,
respetando que pienses distinto, te pido la misma apertura para aceptar que
yo tenga las convicciones que tengo.
Dos matizaciones. Obviamente estamos hablando de apostolado. En el
ámbito educativo en la familia, por ejemplo, es lógico que en los primeros
años de vida se lleve a los chicos por un carril estrecho, con andadores,
rueditas en la bicicleta… Así como van al colegio –y nos esperamos que den su
consentimiento para anotarlos–, lo mismo pasa con la Misa de los domingos,
etc.
Y con los hijos más grandes, no confundir el respeto a la libertad
con la cooperación al mal: una cosa es respetar, con dolor, que tenga
comportamientos que no comparto, y otra muy distinta contribuir en esa acción
mala: respeto es distinto de apoyo.
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2º Mandamiento del afán
apostólico: Difundir el bien
San Pablo aconsejaba a los Romanos: “no te dejes vencer por el mal,
sino vence al mal con el bien” (Rom 12,21). San Josemaría lo traducía
libremente como “ahogar el mal en abundancia de bien”.
Se trata de difundir la doctrina del cristianismo, que es superpositiva:
el mandamiento del amor a Dios, a los
demás, la cercanía de Dios, su misericordia, la maravilla de la familia, etc.
No buscamos solamente que salgan del pecado: queremos que vivan una
vida divina. No queremos aguarles la fiesta, queremos que participen de una
fiesta que es mucho mejor. El pecado en el que viven les atrae, habrá que
ofrecerles algo que les atraiga más.
Criticando su estilo de vida, sólo lograremos que se cierren más.
Los riesgos de la mala vida
(hay cosas con las que no se juega) son advertencias para gente que está en
el buen camino, para que no sea tonta y no se desvíe. Al que está en el mal camino, más que criticarle el
suyo, hay que hacerle desear el nuestro.
San Juan de la Cruz escribió “donde no hay amor, pon amor y sacarás
amor”, como si dijese no pierdas el tiempo combatiendo el odio o la falta de
amor… Habrá que dedicarse a sembrar.
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2º Mandamiento del celo amargo:
Combatir el mal. Ser antialgo
El celo amargo hace que uno se amargue con el mal, se sienta
molesto, etc. Y con facilidad lleva a combatirlo, por supuesto en nombre del
bien.
A quien ama a Dios, el mal le duele porque aparta de Él. Conoce el
mal que el pecado hace a las almas. Pero se equivocaría quien se atribuyera
la misión de acabar con el mal.
Hacer apostolado no es dedicarse a vencer el mal para exterminarlo
de la tierra. Cualquier duda consultar la parábola de la cizaña: Mt 11,
24-52, cuando los obreros proponen arrancar la cizaña sembrada por el
enemigo, el dueño del campo les dice que no, que con ella arrancarían también
buen trigo; ya la separarán cuando llegue la siega. Ahora lo importante es
sembrar, cuidar el trigo…
Somos cristianos, queremos que la gente descubra el amor de Dios por
ellos. No somos anticomunistas, ni antirelativistas, no antihedonistas, ni
antipornografía, ni antimatrimonio homosexual, ni antiaborto… ni antinada.
Nuestra misión no es atacar el mal, sino sembrar el bien.
Además, el planteo anti–algo no acerca a nadie a Dios, ni consigue
apartar a nadie del mal. Es sólo defensivo: sirve para afirma a los que ya
piensan como uno.
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3º Mandamiento del afán
apostólico: Mostrar la belleza del cristianismo. Trato personal de amistad:
dar razones
Hacer apostolado no es dedicarse a demostrar a los demás que están
equivocados.
No queremos vencer discusiones, queremos llevar la gente a Dios,
darles lo mejor que tenemos. Mostrar lo lindo que es ser cristiano, encontrar
a Dios.
Explicar el sentido de las cosas: en la mayoría de los casos no lo
saben. Para qué vamos a Misa, qué sentido tiene confesarse, el sentido
positivo y realizador de las normas morales, etc.
El apostolado requiere un clima de amistad y confidencia.
Queremos charlar amigablemente. Si una persona no tiene esas
disposiciones, quizá es mejor no perder el tiempo (no es posible un cambio
afectuoso de pareceres). Ante una persona agresiva, basta con aclarar nuestra
posición y nada más, aclarándoles que no nos interesa discutir.
No pretender demostrar, convencer, sino mostrar: la verdad convence
sola. Procuraremos abrir horizontes, mostrar caminos, que nuestros amigos
tendrán que recorrer.
Parte importante de las conversaciones personales es el testimonio
de la propia vida. Contar las cosas que nos gustan, nos llenan (no sólo los
deberes): un libro, artículo, plan, linda que es una casa de retiros, una
imagen… Lo bien que nos hace, cómo nos alegra, hace sentir bien, etc.
Trasmitir la
alegría de la fe.
Contar lo que hacemos: estoy
feliz porque me confesé…, favores que recibimos.
Contar lo que vamos a hacer: me
voy a confesar, me voy a Misa, mañana tengo retiro… Son maneras de
invitar, sin invitar. Quien lo toma, lo toma. En una ocasión una
universitaria me dijo: Padre, me al
retiro voy con una amiga. En realidad yo no la invité… se invitó sola. Me
preguntó que iba hacer el fin de semana, y cuando le dije que me iba a un
retiro, me preguntó si podía venir conmigo…
Y las explicaciones, cuanto más sencillas, mejor.
Para personas
alejadas de la fe, el gran tema es la cuestión del sentido, lo que llena
realmente la vida. Es una cuestión que no tienen resuelta…
Paciencia con
gente alejada: ni darla por muerta y condenada, ni vivir como si lo suya
fuera normal y bueno. Ni volverla loca con temas religiosos, ni ocultar
nuestra fe y nunca hablar del tema.
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3º Mandamiento del celo amargo:
Discutir. Polemizar.
Con posiciones encontradas, atrincheradas en su postura, la
conversación se convierte en una discusión, en un combate dialéctico. Cada
uno defiende su posición y busca atacar la contraria. Las discusiones se
ganan o se pierden. Y se discute para ganar.
Pero nosotros no queremos
ganarle a nadie, nos interesa que los demás descubran la verdad que le dará
sentido a sus vida y les hará feliz.
Por otro lado, si les ganáramos, la derrota haría que miraran mal
esa verdad que los humilla.
Cuanto más se discute, más se cierran las posiciones. Menos se
piensa en lo que el otro ha dicho –si es razonable o no-, sino que sólo se
piensa en cómo responderle. Mal camino para convertir a alguien. No creo que
en toda la historia de la Iglesia alguien se haya convertido por haber perdido
una discusión…
La discusión lleva enojos, empecinamientos, levantar la voz,
distanciarse del otro… no parece método apostólica válido y efectivo.
Nos interesa que juntos lleguemos a la verdad.
Esto vale también dentro de la Iglesia con católicos que no piensan
de acuerdo al sentir de la Iglesia o que no obran bien. De nada sirve
discutir con un Párroco sobre cuestiones litúrgicas, si no las viviera bien…
Con católicos que no aceptan algún punto de la doctrina, no discutir, con
cariño remitir al Catecismo: no defendemos una doctrina propia, queremos ver
qué enseña la Iglesia.
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4º Clima amable. Transmitir paz,
serenidad, racionalidad. Cariño
La violencia no convence. Como decía un conferencista, no recordarán
lo que les dijimos, recordarán cómo se los dijimos, cómo se sintieron con
nosotros (alegres, con paz o molestos).
La cordialidad abre la inteligencia y los corazones.
Ser misericordiosos y que se note… Así, por ejemplo, cuando
exponemos la doctrina moral católica debería notarse que no estamos combatiendo
a quienes no la viven: no somos enemigos de los divorciados, ni de los
homosexuales; los queremos y queremos que se salven. Que enseñemos que el
comportamiento homosexual es ilícito, no es ofensivo para con ellos, ni los
descalifica. Nadie se ofende porque digamos que hay que amar a Dios, y eso no
supone un ataque a los que no lo aman. Estamos convencidos que serían mucho
más felices y realizarían sus vidas si
vivieran de acuerdo a la ley de Dios, viviendo de su amor.
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4º Enojarse, agredir, insultar,
ironizar, ridiculizar
Si uno sigue los pasos anteriores, el celo amargo con facilidad lo
habrá llevado a ser polémico, discutidor, y a enojarse. Así la conversación
se desarrolla en un clima tenso, incómodo, irascible; que hacen imposible el
apostolado: bueno para la polémica, pero no para búsqueda de la verdad.
El peor de los argumentos es el argumento ad hominem. Consiste en la descalificación del oponente por
motivos que nada tienen que ver con el tema de la discusión. Frases como: con vos no se puede discutir; o vos no
sabés nada; no tenés ni idea; sos … Esta es la mejor manera de mostrar
que no tenemos más razones para aportar…, que no sabemos cómo defender algo,
que nos faltan argumentos racionales. Es una muestra de impotencia, de
autoritarismo. El enojo además nos quita racionabilidad (enojados pensamos
menos).
No levantar la voz (tampoco dejar que la levante el otro).
Si nos maltratan, no enojarse, responder con cariño y simpatía. Es
mejor ser la víctima que el victimario. Sonreír.
No ser patoteros. Expresiones del tipo: no entendés nada, los homosexuales son un desastre, maricones de
porquería, aborterosde …, son de última… son insultos; y, por lo mismo,
faltas de caridad; separa, no une, aleja. La ironía es muy útil para humillar, pero no para convencer. Lo mismo
burlarse. No son sistemas válidos para el apostolado.
Por la misma razón tampoco habrá que aceptarlas contra nosotros. Con
cariño y una sonrisa, pero con firmeza, no permitir ofensas gratuitas: sin enojarse ni ofenderse,
siempre calmos y con una sonrisa, responder: che, me parece que te pasaste… Así, no permitir ataques a la
Iglesia. Normalmente no tienen fundamento, se repiten lugares comunes sin la
menor base. En todo caso, mostrar que esas afirmaciones no tienen un
fundamento sólido, faltan fuentes, etc.; que las afirmaciones genéricas no
demuestran nada. Muchas veces acusaciones contra la Iglesia, están construidas
sobre algún hecho cierto, que se saca de contexto, se generaliza, etc. Habrá
que ayudar a matizar esas afirmaciones.
Y en positivo, mostrar la cara maravillosa de la Iglesia que nadie
puede negar (santidad –quién puede no conmoverse ante un Juan Pablo II o una
Madre Teresa de Calcuta-, asistencia a necesitados, familias, etc.). Sin
entrar a discusión, cortar con datos claros irrebatibles.
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5º Animar. Ilusionar. Abrir
horizontes.
Se trata de mostrar las maravillas que Dios nos tiene preparadas, la
grandeza de su misericordia (no el asco que produce el pecado), abrir
horizontes. El desafíos de tantas cosas buenas que todos nos interesan.
Es verdad que el mal hace mucho mal, pero para salir del mal, es
necesario sentir la atracción del bien.
El fin es santificar el trabajo, la familia, intimidad con Dios…,
llenar la vida y el mundo de amor.
El problema de muchos no es que no sepas qué es bueno y qué malo
–algunos no lo saben– sino que piensan que el bien es imposible para ellos:
un ideal fuera de su alcance (esto es desesperanza, y se cura con esperanza).
Lo mismo que a un chico que saca malas notas en el colegio –cosa que lo
deprime–, no se lo ayuda diciéndole que es un desastre, sino mostrándole que
puede sacar buenas notas….
Para mejorar no se necesitan reproches, sino ánimo.
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5º Amenazar. Asustar. Sembrar
miedo. Profetizar desgracias
En un clima de discusión, que se vuelve polémico, fácilmente llega
la tentación de mostrar qué mal les va ir si no cambian de vida.
Pero hacer apostolado no consiste en amenazar a la gente con las
cosas malas que pueden pasarle si no nos hacen caso… Con el infierno o el fin
del mundo, por ejemplo.
No somos profetas de desgracias. La meta no es conseguir que huyan
del infierno sino que quieran ir al cielo, no de dejar de pecar sino de
crecer en el amor –y entonces dejarán de pecar-..
Frases del estilo de: esto
está cada vez peor, donde vamos a ir a parar. Vos así vas a acabar muy mal, o vos cada vez peor. Parecería que
quien las dice está feliz de acertar con el pronóstico.
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6º Llevarlos por un plano
inclinado
Las conversiones a lo San Pablo no son frecuentes: normalmente son
fruto de un proceso. En el apostolado procuramos ayudar a avanzar por un plano inclinado: de a
poco, mejor casi no plantear cosas que una persona no está en condiciones de
hacer. Pensar qué le puedo plantear, qué paso puede dar, con la mirada
ilusionada en la meta positiva. Cuanto más lejos esté de Dios, más chico será
el paso. Lo importante es ayudarlo a avanzar en la dirección correcta.
Ayudarlos a dar el paso que ahora pueden dar. Habrá que estudiar qué
proponer, qué decir. En principio no proponer cosas que estamos seguros que
va a decir que no (atentos a no decir que no por ellos…). Se puede hacer con
delicadeza.
No quejarse de que no me entiende: hacer el esfuerzo de hacérselo
entendible.
Estar pendientes de pasos a dar: dirección espiritual (paso decisivo
para progresar en la vida espiritual), Santa Misa (quien comienza a ir a Misa
algún día entresemana, acabará yendo todos los días, casi sin poder
evitarlo), oración mental, apostolado…
Apostolado personal.
¿No van a Misa? Que comiencen a ir en Navidad, Pascua… Mantener
llamitas encendidas.
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6º Abrumar con cargas que no
pueden llevar
Otra tentación a la hora de hacer apostolado, es la de pretender que
una persona cambie de un día para otro, en todos los aspectos que necesita
mejorar.
Pero hacer apostolado no consiste en llenar a la gente de
obligaciones (cuantas más mejor, no vaya a ser que se condene por que no le dijimos
algo en la primera conversación…). No se trata de ocultar obligaciones o
principios morales, pero insistir en los pasos positivos que hoy están en
condiciones de dar.
No ser monotemáticos. Nos interesa su alma, pero no sólo su alma. Si
cada vez que vemos a alguien, lo primero que hacemos es hablarle de Dios o
invitarlo a algo… Variedad temática.
Si enviamos veinticinco mails por día, no los leerán… Treinta
preguntas cada domingo sobre la Misa… no ayudan a que asistan…
La dosis de una medicina depende de la capacidad del receptor. Los
remedios se toman cada 8 horas, o cada 12 o 24, no todas las pastillas de
golpe: esto no curaría, sino que enfermaría más.
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7º Creatividad: mismo plato,
distinta presentación
Entonces, ¿es malo insistir? Depende, muchas personas que necesitan
que les insistan.
Y ¿cómo saber cuándo insistir y cuándo no? Depende de cómo lo vea la
otra persona: si lo ve como una ayuda, insistir, lo necesita. Si lo ve como
una molestia, no insistir. ¿Cómo saberlo? Preguntárselo. Hay personas que lo
agradecen: le gusta que se acuerden de ellas –les gusta que las llamen–;
quisieran mejorar, formarse, etc.,
pero se olvidan, son vagonetas y necesitan un empujoncito (como a
veces lo necesitamos para tirarnos a la pileta en verano). En una ocasión, un
hombre de más de ochenta años, me dijo que se confesaba cada tres meses gracias a un amigo que lo perseguía… (esas fueron sus palabras):
era consciente de que necesitaba a ese amigo para vencer la pereza, dejadez,
que le dificultaba hacer eso que él quería hacer, pero siempre retrasaba. Y
lo decía con agradecimiento. Necesitaba y quería ser insistido.
Otras personas en cambio, hacen decir que no están cuando se las
llama, ponen excusas ridículas, nos esquivan: es decir, no quieren saber
nada. No insistir. Rezar y esperar alguna ocasión de algo distinto.
En muchos casos ayudará despertar interés. Está lo que se podría
llamar el apostolado de la curiosidad: dejar funcionar nuestra curiosidad y
despertar la del otro. Preguntar con interés (no inquisitivamente: el tono y
la forma señala la diferencia: ¿Hace cuándo dejaste de ir a Misa?). Comenzar
la conversación con un ¿vas a Misa/a la iglesia alguna vez? ¿Dónde? Son
preguntas que hacemos para que se planee cosas, que normalmente no se
plantean. Las hacemos más por ellos que por nosotros, ya que ellos necesitan
darse una respuesta a sí mismos, más que a nosotros.
Nuestros conocidos tienen curiosidad de saber qué hacemos en un retiro, qué leemos, por qué
nos confesamos…
Despertar curiosidad, interés: ¡Qué buen retiro! … ¿sabés lo que es
eso? ¿alguna vez hiciste la experiencia?
Y presentar las cosas –que son maravillosas de por sí- de modo
atractivo.
Explicar las razones. No a la insistencia voluntarista: tenés que ir,
tenés que ir… Argumentos: por qué le interesa, por qué lo necesita, por qué
le va a gustar. Pará le va a servir un retiro, qué es lo bueno de charlar con
el cura, cómo llena asistir a Misa…
Se trata de
mostrar, animar, sostener, facilitar, exigir, sugerir, invitar, exigir (es
proponer que se exija, desafiar), invitar. Mostrando el modo inteligente y el
tonto de vivir.
Aprovechar ocasiones: se casa… le mando un artículo, video… Está
enfermo… (le presto un libro, le
ofrezco que le lleven los sacramentos).
Invitar gente a compartir actividades formativas o piadosas con
nosotros: acompañarnos a un retiro, a unas charlas de formación, hacer juntos
una romería, etc.
Y las redes sociales: Facebook, etc. Y mil cosas más…
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7º Ser repetitivos, taladrar. Ser
pesado, insistentes.
La teoría del disco rayado –repetir veinte veces la misma cosa-
sirve para chicos de pocos años hagan algo que se resisten a hacer, pero no
para ayudar a una persona madura entienda. Decir lo mismo, de la misma
manera, incluso puede ser contraproducente: crea cayo en quien escucha, produce un efecto similar a la
resistencia a la penicilina, hace que le resbale y le moleste el tema.
Hay que tener en cuando una persona hace algo carente de motivación
racional (por ejemplo, dejó de ir a Misa porque le dio fiaca, pero cree en la
Eucaristía, sabe que es pecado –aunque lo niegue–) no puede defenderse racionalmente, de manera
que evitará absolutamente todo diálogo (así dirá a su madre: “qué pesada que
sos, otra vez con lo mismo…, estoy harto de que me hables del tema…”).
Mientras no cambien las disposiciones, no querrán que les hablemos del
asunto, ya que no quieren pensar en eso, que la propia razón les grita que
deberían hacer. ¿Qué hacer, entonces? Primero rezar (si cayeron los muros de
Jericó…). Y construir en positivo: con una estrategia, de a poco, dando
vueltas… No se trata de no hablar del asunto, pero espaciarlo en el tiempo,
con planeos distintos, sin tocarlo frontalmente; de otro modo el rechazo está
garantizado. Buscar quién o qué puede ayudar: algún amigo, alguna lectura
indirecta… Dicen que Borges rezaba todos los días una Avemaría porque se lo
había pedido su madre…
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A MODO DE RESUMEN DEL AFÁN APOSTÓLICO: Dar esperanza. Transmitir
alegría, divertirse
Hacer
apostolado es divertido. JMJ, convivencias, fiestas de la familia, películas…
La
mejor manera de hacer apostolado es pasarlo bien. Y se la pasa muy bien
haciendo apostolado.
A MODO DE RESUMEN
DEL CELO AMARGO: Transmitir amargura, pesimismo.
A
veces en gente con buenas ideas y deseos abundan las quejas, los lamentos, una visión
amarga de la vida. ¡Basta de quejarse! Queremos llenar el mundo de amor, no
dedicarnos a marcar cada cosa que no funciona. No tenemos vocación de árbitro
de fútbol, que no juega y se dedica a vigilar que todo esté bien, señalar cada
cosa mal hecha. Construir: no demoler las construcciones precarias o malas.
Expresiones
del tipo: que horror como está el mundo, todo es un desastre, todo está mal.
Críticas a todo lo que no es tan bueno como debería serlo según nuestro parecer…
Muchas
veces el principal obstáculo para el apostolado es la propia frustración y el
pesimismo de quien se deja vencer por la tentación del celo amargo, su
sentimiento de impotencia. No es verdad: ¡fe! Ver la historia: primeros
cristianos muestra el camino: humildad y paciencia, esperanza y audacia, fe y
amor.
Y por
supuesto… No quejarse de las cosas buenas: si lo Misa fue larga, si los hijos
dan los problemas… Si queremos que vean bien esas cosas (ir a Misa, tener
hijos, o lo que sea), transmitamos una vivencia positiva de ellas…
CONCLUSIÓN
Espero
que estas líneas te sirvan como fuente de inspiración para lanzarte en la
maravillosa aventura de llevar a Dios a las almas y de llevar las almas a Dios.
Es lo
mejor que podemos hacer por los demás: ayudarles a descubrir el amor de Dios,
que les cambiará la vida, la llenará de sentido y sobre todo les dará la
felicidad que todos buscamos.
Pero
te repito: hemos de aprender a hacerlo, no vaya a suceder que a pesar de
nuestra buena voluntad, pretendiendo llevar a Dios, alejemos a algunos por
malentendidos…
Siempre contamos
con el Espíritu Santo que es quien hace fecundo el apostolado.
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