Oración GRATIS, pero NO-BARATO!!!
Hablar de la oración es fácil; orar no lo
es tanto. Y es más fácil hablar de Dios
que hablar con Dios. Podemos empezar hablando de la necesidad de la oración, de
la dificultad que conlleva y de las condiciones que requiere. Hay algunas cosas en la vida que son
gratuitas; pero no todo lo que es gratuito es porque carezca de valor. La
amistad es gratuita, aunque es muy valiosa; el servicio a los demás (el
voluntariado) es gratuito, y es muy valioso; el amor es gratuito, y también es
valiosísimo. Pues bien, podríamos decir
que la ORACIÓN es gratuita, pero tiene un precio alto. El precio es el tiempo
que se le dedica en un mundo tan ajetreado y de tantas prisas; es afrontar
nuestra propia desnudez y debilidad ante Dios, en un mundo donde todos queremos
aparentar como fuertes; es saber escuchar, en un mundo donde lo que priva es
hablar sin escuchar.
Cuando hablo de oración, me refiero a un
encuentro querido y buscado con Dios. Y eso exige: un tiempo reposado, un
entrar en las profundidades de uno mismo y de Dios, un aparcar las prisas y las
preocupaciones banales. Hay que llegar a la oración muy “ligero de equipaje”,
para poder hablar sólo de amor con Aquel que sabemos que nos ama.
El gran Papa, Pio XII, decía que “la oración
es la respiración del alma”. Y así como no se puede vivir sin respirar, así
tampoco podemos tener una vida espiritual seria, si no rezamos. Al mundo le
falta consistencia: es como un cuerpo sin esqueleto, que se desmorona; no se
tiene en pie porque le falta oración.
Que la oración es necesaria es difícilmente
discutible. Si Dios es nuestro Padre, tendremos que relacionarnos con él, de
vez en cuando, como hijos; si es nuestro Guía y Maestro, tendremos que hablar
con él y escucharle para que nos guíe y enseñe; si es el médico que cura
nuestras dolencias, tendremos que comunicarle nuestras enfermedades del alma
para que nos cure; si es nuestro Amigo, ¿cómo no buscar ratos para
comunicarnos nuestras cosas? Y hablar de
nuestro amor mutuo: Me quieres, te quiero. Dios es un mendigo de amor. Y como
tal, busca continuamente nuestra amistad y nuestra conversación. Viene con
frecuencia a visitarnos, pero casi nunca
estamos en casa para recibirlo. El sol puede brillar en todo lo alto, pero si
bajamos las persianas, nos privamos de su luz y su calor. ¿Concebís a dos
enamorados que no hablen nunca o que no estén deseando encontrarse para hablar
de lo que sea, del uno y del otro? A veces les bastará con mirarse a los ojos y
estar contemplándose mutuamente sin decir nada, pero diciéndoselo todo. Eso
también es hablar de amor. Cuentan que una vez, un sacerdote le preguntó a una
persona que llevaba mucho tiempo sentada en el banco de la iglesia: “Supongo
que estará rezando, ¿no? ¿Qué le dice al Señor?” Y aquella persona respondió:”Oh, no le digo
nada, señor cura, yo le miro y él me mira. Y somos felices los dos”. No siempre
la oración puede reducirse a eso. Carlos de Foucauld decía:”Cuando uno ama,
desea estar cara a cara con aquel a quien ama”. Hay que enamorarse de Dios;
entonces la oración surgirá espontánea. Hay personas que dicen que no necesitan
orar, no necesitan a Dios. A esas personas habría que decirles: ¿no necesitas,
al menos, darle gracias por tanto como te ha dado, porque te ama, porque te
salva?
En la última guerra mundial se encontró en
el bolsillo de un soldado norteamericano muerto, esta oración:”Escucha, Dios,
yo nunca he hablado contigo. Pero ahora necesito decirte: ¿qué tal? Ellos,
figúrate, me habían dicho que no existías, y yo, como un tonto, me lo había
creído. No sé cierto, Dios, si querrás estrechar mi mano, sin embargo, siento,
no sé por qué, que nos vamos a entender. Bueno no tengo muchas cosas que
decirte, ni en este momento tengo tiempo. Pero estoy contento de haberte
conocido hoy. Adiós”.
Hoy día, la oración personal profunda, esa
que lleva a la experiencia de Dios, aquella de la que Jesús dice en el
Evangelio: cuando reces, entra en tu cuarto, cierra la puerta, y habla a tu
Padre, está en baja. Entra en tu interior y cierra la puerta a otras cosas que
en ese momento no deben contar. No queda ni tiempo, ni tranquilidad para ello.
Eso es lo que Pío XII llamaba: “la herejía de la acción”.
No debemos rezar sólo para ser escuchados
por Dios. Hay que rezar, sobre todo, para escuchar a Dios. Para estar al
corriente de sus planes sobre nosotros, y sobre su Reino en este mundo. No
puedo convertir la oración en un monólogo donde todo me lo digo yo. Ni puede
consistir la oración en una retahíla de peticiones. No está mal pedir (el mismo
Jesús dijo: pedid y recibiréis). Pero la oración no se puede reducir sólo a
pedir. Hay otro tipo de oración más desinteresada: Adoración, porque es Dios;
Alabanza, por ser el tres veces santo; Acción de gracias, ¡tantas cosas como
recibimos de Dios continuamente; Contemplación….
Y sobre todo, saber escuchar. Dios tiene
muchas cosas que decirnos. De alguna manera él
te hará comprender lo que desea decirte. Digámosle: Señor, te escucho.
Háblame, y que yo entienda lo que me dices.
Hay ciertas condiciones para hacer bien una
oración tranquila, provechosa y profunda:
Estar dispuesto a un diálogo sincero con
Dios; olvidarse de ciertas preocupaciones que nos desasosiegan, excepto
aquellas que queremos llevar a la oración; no convertirlo en un monólogo, no
repetir oraciones ya hechas sin darnos cuenta de lo que decimos, repitiéndolas
como un papagayo; mantener la paz; no estar mirando al reloj; si nos
encontramos espiritualmente secos, contemplar a Cristo en alguno de sus
misterios, sencillamente; no buscar palabras retorcidas, sino expresarnos con
naturalidad, espontaneidad, sencillez, confianza; y si estamos enamorados de Dios, sentir la necesidad de hablar con Aquel que
está enamorado de nosotros.
Comentarios