Viernes Santo: La cruz, el grito y la aceptación
Dos narraciones opuestas a
las que diferencia su singular percepción de la vida: o como un viaje a la nada
o como un adentramiento en el principio y fundamento de todo bien, de toda
confianza.
En primer lugar, esta la
que recoge su grito en la cruz: "Eloi, Eloí, - Dios mío, Dios mío ¿por qué
me has abandonado?" (Mc. 15, 33). No solo se hace cargo de su
desesperación, sino también de la angustia que nos asalta a todos los humanos
cuando tenemos que afrontar el dolor, la muerte o la desolación.
La muerte experimentada
como ruptura con los nuestros y con el mundo o como adentramiento en el
silencio, en la oscuridad, en el vacío y en la nada, es una crítica radical a
toda absolutización de la finitud, sólo existe ella y nada más que ella.
Pero junto con esta
narración de la muerte, hay otra que enfatiza la inmensa confianza de Jesús:
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc. 23, 45). El mal
trago es inevitable, pero deja de ser afrontado como un viaje a la nada, al
vacío, a la oscuridad y al silencio para ser vivido como adentramiento en la
morada del todo, de la luz y de la palabra definitivas de las que es posible
disfrutar y hablar en el presente a partir de sus anticipaciones.
Son, como se puede
apreciar, dos narraciones diametralmente opuestas a las que diferencia su
singular percepción de la vida: o como un viaje a la nada o como un
adentramiento en el principio y fundamento de todo bien, verdad y belleza a
partir de sus anticipaciones en la finitud.
La primera expresa el modo
de perecer de quien lo afronta como agobiante entrada en el vacío y en el
silencio o, en el mejor de los casos, como fusión con el género humano y
pacífica perpetuación en la historia. En este último caso, es una percepción
que suele venir acompañada de algunos problemas para su "verificación
existencial": de verdad, la finitud.
La segunda, sin dejar de
reconocer la persistencia del dolor, de la ruptura y de la angustia provocados
por el abandono, percibe el perecimiento como un segundo nacimiento que abre a
la vida, a la paz y a la misericordia definitivas gracias a sus "chispazos
de eternidad" en el corazón mismo de la condición finita. En tal
percepción hay un cierto punto de debilidad intelectual, ya que no se impone ni
lógica ni necesariamente y, a la vez, de grandeza, porque se propone como
razonable fuente de sentido y esperanza.
En esa certeza hacemos
silencio a la espera del cumplimiento confiado de la Promesa.
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