2 de Febrero Fiesta de la Presentación del Señor

Día que la Iglesia dedica a agradecer el don de la Vida Consagrada

Hágase en mí según tu palabra…

El religioso, el laico consagrado es el cristiano que intenta vivir la consagración del bautismo —es decir, su condición de hijo de Dios y de ciudadano del Reino— en toda su radicalidad, llevando hasta sus últimas consecuencias las exigencias implícitas del bautismo. La fe en Cristo, en su llamada, le lleva a cogerlo como Persona y como Palabra, dejarse «poseer» por Él y ponerse a su entera disposición.
 La consagración religiosa es un misterio entrañable del amor de Dios. Dios se da en Jesús, plenamente, al que llama. Y el consagrado le responde amándole con todo el corazón, es decir, con toda su vida; le da su ser en profundidad. Pero una persona sólo se entrega realmente cuando se entrega por amor y cuando entrega su amor. El amor es el primer don, la raíz y principio de todos los demás dones. Y el amor total sólo se expresa con el don total de sí mismo. Por eso la consagración religiosa es consagración de amor. Con las características propias del amor verdadero: la totalidad en la entrega, la exclusividad en la persona amada y el desinterés absoluto en servirle.
Entrega y amor que se concretan en vivir con Él y como Él, asumiendo su mismo estilo de vida, los "consejos evangélicos". Son un camino nuevo para el que quiera estrenarlo; una vida nueva para el que quiera embarcarse en ella; una verdad nueva para el que quiera caminar a su luz.  Se resumen en ser pobre como Él, célibe como Él y obediente como Él.



Laicos Consagrados

Tal vez esta vocación sea la menos conocida, pero es una realidad en la Iglesia. Y por lo tanto sea un poco difícil explicarla, y un poco más comprenderla. Lo intentaré con palabras y ejemplos sencillos.


¿Quién es el laico consagrado? Aunque te parezca una perogrullada es el cristiano que se entrega totalmente a Dios y a los hombres, es decir, con un deseo especial de consagrarse a Dios. Pero siendo su estado de vida el de laico, y sin ser por ello sacerdote ni religioso, ni ser casado. Dicho con palabras más caseras y familiares. No es el solterón , que quiere y no puede casarse, sino el que no quiere casarse , aunque sí puede. Esta aclaración puede ser muy útil para no confundirlo ni mal interpretarlo. El laico consagrado es una persona cristiana con pleno sentido y madurez, que ni huye de nada ni de nadie, sino que quiere vivir su vida, su vocación, de esta manera tan peculiar y novedosa.
¿Cómo vive esta vocación? La respuesta que voy a darte tienen que quedarse un poco  genérica y amplia, pues es difícil de concretar y presentar. Para ello utilizaré unas palabras-símbolos que tal vez puedan ayudar:

Siendo luz para los demás, dando testimonio de una vida entregada y realizada.

Siendo sal que se entrega y se mezcla con los demás, con los más necesitados.

Siendo fermento que hace cambiar y comprometerse por los demás.

¿Dónde desarrolla esta vocación? El laico consagrado no tiene un lugar o una misión específica para desarrollar su vocación particular, lo hace en su trabajo cotidiano y normal, es decir,  desde la misma sociedad, concretamente en donde se necesita una ayuda o un testimonio cristiano: y esto puede ser trabajando con los enfermos, ayudando a los ancianos, colaborando en las parroquias, etc.


La Iglesia también necesita a los laicos consagrados

El futuro de la evangelización depende de la unidad entre los obispos, las nuevas realidades eclesiales, y el resto de formas de vida consagrada. Ésta es una de las convicciones más profundas de Benedicto XVI, confesada en estos días en público, al cumplirse los 60 años de la Constitución apostólica Provida Mater Ecclesia, de Pío XII. La promoción de la unidad entre las diferentes realidades de la Iglesia se ha convertido en una de las prioridades del actual Pontífice. Basta ver la agenda de audiencias que lleva realizando en los últimos meses para constatarlo

 «De la comunión entre los obispos y los movimientos puede surgir un válido impulso para un nuevo compromiso de la Iglesia en el anuncio y en el testimonio del Evangelio de la esperanza y de la caridad en todos los rincones del mundo», dijo el Santo Padre al recibir, el 8 de febrero, a obispos amigos del Movimiento de los Focolares y de la Comunidad de San Egidio. Para el Papa, en estos movimientos, hay un signo de los tiempos: la necesidad de la «comunión entre los carismas», como él mismo dijo en ese encuentro. Y desde esta visión no hay unos que tengan más importancia que otros, pues todos necesitan a los otros.

Los nuevos movimientos

«Mi venerado predecesor, Juan Pablo II, presentó a los movimientos y a las nuevas comunidades surgidas en estos años como un don providencial del Espíritu Santo a la Iglesia para responder de manera eficaz a los desafíos de nuestro tiempo», explicó en ese encuentro. «Y vosotros sabéis que ésta es también mi convicción -añadió-. Cuando era profesor, y después cardenal, tuve la oportunidad de expresar mi convicción: los movimientos son un don del Espíritu a la Iglesia. Y precisamente en el encuentro de los carismas se muestra también la riqueza, tanto de los dones como de la unidad de la fe».


«El Espíritu Santo quiere la multiformidad de los movimientos al servicio del único Cuerpo, que es precisamente la Iglesia», insistió. «Y esto lo realiza a través del ministerio de quienes Él ha puesto para regir a la Iglesia de Dios: los obispos, en comunión con el sucesor de Pedro».
Con estas frases, el Papa estaba describiendo el estilo de su ministerio como Obispo de Roma. Uno de sus mayores desvelos consiste en mostrar esa unidad y diversidad de carismas en sus actos y nombramientos, incluso en la elección de sus colaboradores: no sólo obispos, sacerdotes y religiosos, sino también laicos. De hecho, éste es el primer Papa que es asistido en sus labores cotidianas por laicas consagradas (no por religiosas).

Institutos seculares

Otra prueba de la importancia que el Papa da a esta comunión de realidades en la Iglesia la ofreció el 3 de febrero, al recibir en audiencia a los participantes en la Conferencia Mundial de los Institutos Seculares, hombres y mujeres, laicos en su mayoría.
Los Institutos seculares se distinguen de otras formas de vida consagrada por el hecho de que sus hijos viven en el mundo la vida ordinaria de cualquier persona, encarnando el Evangelio con pobreza, castidad y obediencia, sin la obligación de la vida en común. Los miembros laicos permanecen en el estado laical: es decir, son bautizados, aunque se consagran totalmente a Dios con la profesión de los consejos evangélicos; mientras que los miembros clérigos se convierten en ayuda para los demás sacerdotes a través del testimonio de la vida consagrada.

Estas realidades recibieron el reconocimiento jurídico de parte de Pío XII hace exactamente 60 años, el 2 de febrero de 1947. La citada Conferencia había reunido a unos 400 representantes de los cinco continentes para hacer un balance y analizar perspectivas. Ante todo, se constató que en la última década las vocaciones que forman parte de esta galaxia de realidades eclesiales siguen creciendo. De los 183 Institutos seculares que pertenecen a esta Conferencia, 160 son femeninos, 7 son masculinos, 15 son sacerdotales, y uno tiene tanto la rama femenina como la masculina. «La Iglesia tiene también necesidad de vosotros», les dijo el Papa. «Sed semilla de santidad echada a manos llenas en los surcos de la Historia».


Si tu querido amigo lector, has sentido que Dios te llama a consagrarte, a servir en medio del mundo, en medio de tu familia , de la realidad que vives hoy “ Ábrele la puerta de tu corazón, de tu vida a Jesús”.


De ti depende ¡¡ 

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