Primer Domingo de Cuaresma. Lucas 4, 1-13.  
“Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”

 En este primer domingo de cuaresma, la Liturgia  nos ofrece para nuestra meditación el pasaje de las tentaciones de Cristo. “Jesús, lleno del Espíritu Santo -nos relata Lucas volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto y tentado por el diablo durante cuarenta días. Estuvo sin comer y, al final, tuvo hambre”. Aquí aparecen los elementos más importantes de la cuaresma: el desierto, los cuarenta días, la oración, el ayuno y la lucha contra la tentación. Hoy quisiera reflexionar un poco en esta última.

“Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” 
le dice el demonio a Jesús. Ante todo, notemos que las tres tentaciones comienzan con la misma premisa: “Si eres Hijo de Dios”. Se atreve el demonio no sólo a tentar al Hijo del Dios bendito, sino que, además, pone en duda su condición divina. O, al menos, trata de “provocarlo” y lo reta. Así hace siempre Satanás. Su táctica es la mentira insolente, la suspicacia, la insinuación de la duda. Y termina en abierta rebeldía. Así actuó también con Eva en el paraíso, haciéndola dudar de la bondad de Dios y arrastrándola luego a la desobediencia frontal. “Diablo” es un vocablo griego y significa “mentiroso, calumniador”. Y “Satán”, en hebreo, es el “adversario”, el acusador. Por eso nuestro Señor lo llama “padre de la mentira” porque es “mentiroso desde el principio”, desde la creación del mundo.

Es obvio que, después de cuarenta días de ayuno, nuestro Señor tuviera hambre. Recordemos que se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, por tanto el hambre no le fue ajena. Y el “adversario”, sumamente astuto, se aprovecha de esta coyuntura para tentarlo precisamente por aquí. Satanás siempre nos tienta en los momentos de debilidad. Pero ésta no es una tentación de “gula”, como muchos comentaristas del Evangelio han explicado.  La verdadera tentación no es el mero hecho de saciar su hambre, sino que lo que pretende Satanás es algo muchísimo más grave: apartar a Cristo de su misión. El Padre había mandado a su Hijo al mundo como Siervo paciente, para redimir a la humanidad a través de la cruz y del sufrimiento. Y el demonio quiere que haga uso de su poder taumatúrgico en provecho propio y que se sirva de su mesianismo para su servicio, comodidad y complacencia personal.

Luego, llevándolo al pináculo del templo, le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo pues Dios encargará a sus ángeles que cuiden de ti”. Tentación de vanagloria. No se trataba de hacer dudar a Cristo de la asistencia de Dios, sino de ponerlo en una situación tal que obligara a Dios a hacer un milagro. Otra vez, lo mismo: quería que Cristo se sirviera de Dios para servirse a sí mismo, y no al revés. Nuestro Señor nos diría que Él había venido “no para ser servido, sino para servir”. Debía salvar al mundo por su condición de “Siervo de Yahvé”. Y el demonio quiere que tergiverse totalmente su misión.

Y después, llevándolo a la cima de un monte, le muestra todos los reinos de la tierra y le hace esta obscena proposición: “Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te postras ante mí, todo será tuyo” ¿Verdad que es insolente este demonio? ¡Vuelve otra vez a lo mismo, y de qué manera! Además de que no es cierto que el mundo es de él y de presentarse como si fuera suyo, vuelve por tercera vez a insistir en su misma estratagema: apartar a Jesús de la misión redentora que le había encomendado el Padre. Pero no sólo. Le promete en un abrir y cerrar de ojos todo el poder y la gloria del mundo. Quiere cambiar el Reino que él traía -un Reino de cruz, de humildad y de servicio por un reino de dominio, de poder, de fausto, de esplendor. ¡Lo más radicalmente opuesto a lo que Él había venido! Su predicación estaba en total antagonismo con estos criterios y el demonio quiere vencerlo precisamente por aquí. Y eso sin contar que su propuesta era un pecado de apostasía, de abierta idolatría, de rebelión contra Dios. ¡Ése es Satanás! Pecó por su soberbia y su rebeldía contra el Creador.
                                                                                                                          
Éstas siguen siendo las tentaciones con las que Satanás quiere hacernos sucumbir también a nosotros. Su plan es siempre el mismo: la mentira, la vanagloria, el camino fácil, los triunfos fulminantes y espectaculares, la comodidad, el uso de nuestras cualidades para nuestra propia gloria y honra, para que los demás nos alaben, se “impresionen” y nos sirvan ¿No son éstos nuestros puntos más flacos? ¡Y cuántas veces el demonio nos derrota por aquí!
Aprendamos hoy la lección de Cristo y no le sigamos al juego a ese mentiroso y estafador. El demonio siempre nos pinta las cosas de “color de rosa” y nos engaña, como las sirenas a los navegantes. Nos vamos de bruces contra los acantilados y nos destroza. Ojalá aprendamos de nuestro Señor a afrontar la tentación como Él: con la oración, la vigilancia, el sacrificio -eso es el ayuno, y la lucha tajante contra la tentación. No juguemos ni dialoguemos con Satanás. No permitamos las dudas ni las insinuaciones. Cortemos enseguida, como Cristo, poniendo por delante la obediencia pronta a la Palabra de Dios y al cumplimiento amoroso de su Voluntad en las pequeñas circunstancias de nuestra vida de todos los días. ¡Éste puede ser un buen propósito para iniciar la Cuaresma.
Les deseo una muy buena semana puesta nuestra esperanza en Jesús, el Señor y Pastor Misericordioso.

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