LA LITURGIA UN LENGUAJE QUE EXPRESA LA RELACIÓN DEL HOMBRE CON DIOS

La liturgia es un lenguaje que expresa la relación del hombre con Dios y un acto cultual que honra a la divinidad. Aunque la liturgia no comience históricamente por una colección de textos, éstos son también importantes porque son lenguaje y, en tanto que tal, recogen lo hecho y expresado en el acto litúrgico.

Pero el lenguaje es más complicado y tiene más funciones que la mera comunicación. Cuanta más gente use una lengua, ésta se vuelve más simple y precisa, requiere menos elementos lingüísticos, menos signos. Por eso, si el lenguaje sólo es de comunicación, la precisión del vocabulario y su limitación en cuanto a univocidad es un valor a adquirir.

En cambio, si el énfasis del lenguaje está puesto en la expresión, es imprescindible el enriquecimiento de la misma, y que sea más sutil, que se vuelva más profundo y pictórico, para expresar una realidad que en sí es inagotable, acuñando así nuevas palabras y recuperando antiguos elementos que se perdieron al utilizarlo como mero sistema de comunicación.

Por lo tanto, las corrientes que limitan el lenguaje a la relación comunicativa interpersonal son visiones insuficientes. En el lenguaje como relación interpersonal entra también la relación del hombre con Dios, en que el hombre dice lo que Dios le ha enseñado; por lo que tiene, de un lado, un aspecto de precisión (aspectos revelados con claridad que son retomados). Pero está también el aspecto expresivo, necesario para explicitar en lo posible la riqueza inagotable de la realidad divina y de la realidad del mundo visto sub specie aeternitatis, que no se puede ver con un lenguaje que acote, sino con un lenguaje en parte poético que permita dar todas esas ricas y variadas de la realidad revelada. Cuando el culto asume este lenguaje en ese sentido de relación con Dios, lo toma ya no sólo como modo de expresión sino como modo de relación de la persona, no aislada, sino como ser social.


El culto tiene un aspecto social, en el sentido de asociación de personas, que en el presupuesto de la Iglesia debe reflejar a través de su lenguaje la relación de lo trascendente y de lo divino. El hecho de la elección de una lengua para este acto de culto implica toda la concepción filosófica de esta relación del hombre con Dios y del hombre social para con Dios, así como una concepción de la trascendencia divina y de la finalidad de este acto de culto.

Las diversas lenguas que a lo largo de la historia han sido utilizadas para el culto divino reflejan estas dos tomas de posición. Haciendo un repaso, estaríamos tentados de dividir entre aquellas tradiciones que se ligan a una lengua determinada y aquellas cuyos textos litúrgicos trascienden las fronteras lingüísticas y pueden usar, en un mismo rito cultual, lenguas diferentes.

Podemos encontrar no sólo distintas lenguas que coexisten en una misma liturgia, sino también una cierta adaptación de este texto traducido. Pero en esta clasificación podríamos poner del otro lado las tradiciones cultuales que utilizan una lengua muerta.

De este modo tenemos una contraposición: por un lado, las tradiciones con lenguas muertas o exclusivamente litúrgicas (como latín, griego, antiguo eslavo, armenio, sirio, copto o árabe) o tradiciones cultuales con la lengua hablada y comprendida por el pueblo (por ejemplo en el rito bizantino que usa el rumano o el ucraniano). Al estar tentados de hacer esta clasificación, partiríamos de un criterio equívoco: el de la comprensibilidad, concibiendo el lenguaje ante todo como medio de comunicación conceptual. Estas dos divisiones parecerían dar paso a dos concepciones litúrgicas: una que da primado a lo sacro y otra a lo pastoral.

Ahora bien, repasando la historia vemos que hay otros motivos para la elección de una lengua: no hay en todos los lugares y en todo tiempo una causa única del fenómeno de la variedad de lenguas.

Sin embargo, muchas veces son criterios políticos o político-religiosos. Así, por ejemplo, los coptos, una vez que adoptaron el monofisismo contra la ortodoxia, buscaron diferenciarse dejando de lado el griego y utilizando el copto, lo cual demuestra que no se trata de una voluntad de comprensión. O en el caso de Ucrania, en que utilizan en general el ucraniano, que tiene elaboración lingüística reciente, pero que sirve como identidad nacional. Algo parecido sucede también con el catalán en Barcelona usado en liturgia, que no tiene finalidad pastoral sino que busca una identidad etnocéntrica catalana manifestada por el uso de la lengua.

Del otro lado, tenemos históricamente ejemplos numerosos, de grupos caracterizados por gran entusiasmo misionero como la iglesia caldea o la siríaca, que llegan a evangelizar regiones de la India o de Extremo Oriente y allí se encuentran inscripciones ininteligibles para las gentes de aquellas regiones. Los sirios habitualmente usan el árabe o dialectos turcos, pero en determinadas fiestas como la de Navidad o la Vigilia Pascual celebran en la lengua litúrgica histórica. Esto demuestra nuevamente que la elección de una lengua tiene que ver con la identidad que el lenguaje puede dar, y no con el criterio de la comprensibilidad.

Este sentido simbólico de identidad (a veces con intenciones puramente humanas) puede influir ampliamente en el criterio de adopción de una u otra lengua y no el de la comprensibilidad. La necesidad de comprenderlo todo, en efecto, es una concepción extraña al hombre antiguo, que al acercarse al culto sabía y se resignaba a que no iba a comprender todo conceptualmente, por lo que no le parecía extraño no comprender todo desde el punto de vista lingüístico y de comunicación del lenguaje. Ejemplo de esto son los cantos de la cofradía de los Arvales en la antigua Roma; textos que se nos han transmitido, pero que fueron fijados en una época en que ya no se comprendían en absoluto y sin embargo siguieron utilizándose.

Muchos ritos que han pasado de una lengua a otra no lo han hecho de la lengua arcaica a la lengua viva correspondiente, como por ejemplo el bizantino no se ha traducido al ruso o al griego moderno; y se podrían multiplicar los ejemplos. Eso resalta que el principio no es el de la comprensibilidad.

Puede compararse al tema de la orientación del altar, a veces orientado hacia la puerta, lo cual no se refería sino a la orientación de la oración, que ha de ser hacia el este. Que el celebrante mire al pueblo habría sido lo último que los antiguos hubieran pensado. El mismo anacronismo se da en la interpretación de la lengua.



Por eso hasta el siglo XVI no empieza a tenerse en cuenta la relación de la lengua con la comprensibilidad ni la orientación del altar.

Cuando hablamos de lenguas muertas, a veces se cree que se trata de lenguas que antes se utilizaron y luego dejaron de usarse. Pero un análisis profundo demuestra que no fueron tomadas como lenguas vivas y después la falta de uso las convirtió en lenguas muertas, sino que se trata de una lengua especial dentro de la lengua general.

La lengua general es la comprensible por todos, pero que está dividida en su interior de acuerdo a distintos grupos, respondiendo a distintas realidades de estos grupos; por lo que nos concierne, a grupos religiosos. Esta concepción de lengua especial permite comprender cómo, perteneciendo al fenómeno lingüístico general, tiene sin embargo características propias que no permiten que sean comprendidas más por quien esté iniciado, por decirlo en sentido amplio. San Agustín es ejemplo de esto: como rétor, su conocimiento profundo del latín está fuera de toda duda. No obstante, en el momento de su conversión y en el momento de su ordenación, en que necesita predicar, pide un tiempo para el conocimiento del latín especial cristiano; eso muestra que en algunos casos la lengua es especialmente forjada para el hecho religioso.

En la misma línea tenemos el ejemplo de los pueblos eslavos. En el momento de ser evangelizados, los evangelizadores forjan una lengua especial, una lengua que parte de vocabulario básico eslavo pero que añade muchos elementos basados en el griego, calcos de elementos eslavos pero unidos a la lengua griega, dando por resultado una lengua eslava que no era comprensible si no se tenía una formación doctrinal.

Así también el árabe cristiano especial, usado en la liturgia, muy cercano al del Corán, es un árabe de una elevación estilística que lo distingue del árabe hablado. Es parecido a lo que sucede en la India entre el sánscrito y el prácrito.

La lengua de la liturgia, pues, no puede ser una lengua que no permita esa precisión porque impediría el hecho cultual que requiere la expresión de calidad literaria y la precisión teológica. La nota común es la de utilizar una lengua diferente de la lengua vulgar y cotidiana.

El vehículo que la tradición cristiana ha utilizado de manera habitual ha sido siempre una lengua que aunase ambas cualidades del lenguaje: la suficiente calidad literaria y la suficiente precisión teológica, para poder efectuar un acto adecuado de culto.

La relación social del hombre con Dios que supone el culto no es fruto de la interacción o interrelación de los hombres ni la autoexpresión de una comunidad que expresa sus sentimientos religiosos, sino la respuesta de una comunidad ante el Dios que se reveló al hombre como camino de salvación.



Comentarios

Entradas populares