La Experiencia de Dios hoy y en todas partes, confianza sin complejos


A Dios se le puede encontrar en todas partes. Hace falta sólo buscarle y hacerse el encontradizo. Ésta es una tesis muy común. Dios es inmenso, omnipresente, dice la clásica teología. Dios es simple, afirma otra tesis igualmente tradicional-aunque a veces se olvida de conjugarlas simultáneamente. Dios está en todas partes, es inmenso; pero Dios no tiene partes, es simple. Lo que significa que en cualquier lugar se le encuentra totalmente. Lo que nos ocurre demasiado frecuentemente es que los ajetreos de la vida, especialmente la moderna, nos dificultan ser conscientes de ello. El pez tiene una cierta conciencia de las cosas, pero no se da cuenta que está envuelto en agua como nosotros no nos damos cuenta de Dios si no superamos nuestra conciencia meramente animal.
La metáfora permite algo más. El pez no se moja. Sólo cuando sale del agua, nosotros (porque el pez muere) nos percatamos que está mojado. Es el conocimiento del bien y del mal, el que nos rinde conscientes de que estamos mojados (por Dios). Y como el pez que muere, es sólo muriendo a nosotros mismos, abandonando la egolatría como nos descubrimos mojados, envueltos por Dios, porque por  él y en él  está envuelto todo.


La experiencia de Dios está abierta a todos, es asequible, es la buena nueva. No hace falta saber mucho para vivir la experiencia de Dios. Porque no es una experiencia o encuentro intelectual, sino que vivencial. Pero hay una condición indispensable, y acaso ésta sea la más dura, de tal manera que casi todas las tradiciones de la humanidad nos vienen a decir que pocos son los que se salvan, los que se realizan, los que consiguen la plenitud humana. A Dios se le encuentra en todas partes pero no de cualquier manera. No es cuestión de banalizar la experiencia de Dios. No todo éxtasis estético, arrobamiento, admiración intelectual, alegría biológica, sufrimiento o entusiasmo por la naturaleza, son experiencias puras. Y ésta es la condición: la pureza del corazón.



"Bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt. V, 8)-harán la experiencia de Dios. Un corazón puro es un corazón vacío, sin ego, capaz de llegar a aquella profundidad en la que habita lo divino. La experiencia es simple, lo que no quiere decir que sea fácil. Dios se encuentra en lo que se ve, se oye, en cada caso, y el camino pasa por la ascesis, el esfuerzo, el ardor, el sacrificio, el abandono y la verdad.


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