Viernes Santo y Pascua, centro de la historia y el valor de la entrega


Viernes Santo y la Pascua de Resurrección son el centro mismo de la historia humana: un día de gran dolor y un día de gozo indecible. La cruz representa la culminación de todo la historia de la redención, un manantial de sabiduría, reflexión, alabanza, pero por sobre todo de entrega, de un amor que supera todos los amores que jamás se agotará.

En Viernes Santo vemos un torbellino que arrastra a toda la historia humana y del cual fluye toda la historia transformada para siempre. El ser humano, la magnífica creación de Dios, es testigo y protagonista de la  muerte a Jesús y frente a la cruz descubrimos, con la gloria de la resurrección, que al otro lado le esperaba la perfecta bondad. Jamás se había acercado tanto Dios a la humanidad como lo hizo en Cristo Redentor.

El dolor, el abandono, el sacrificio, todo aquello que procuramos evitar, vino  a ser la demostración más clara del  amor inquebrantable! Jesús, siendo absolutamente inocente y sin pecado, soportó en la cruz todas nuestras culpas y actos de injusticia. ¡El Único que podía hacer instrumento y reconciliación entre el Creador y la criatura nos abre las puertas a la esperanza , a descubrir en la entrega y en el amor al prójimo la única y fecunda forma de vivir nuestras vidas.  Tres días después de su crucifixión triunfó sobre el pecado, el egoísmo  y la muerte, y confirma que quien pierde y entrega la vida por los otros la encuentra nuevamente, ahora gloriosa.

 Así, pues, la victoria suprema de Cristo Jesús revela nuestro camino, cuya realidad no es de este mundo, sino del cielo. Los ejemplos que tenemos de la transformación permanente que causó el Viernes Santo son innumerables. Incluso la división de la historia humana (antes de Cristo y después de Cristo) es fruto de la venida de nuestro Salvador. Herman@s, dediquemos tiempo hoy a meditar en el significado que ha tenido la muerte de Jesús en nuestras vidas.

 ¡No rechacemos al Señor! Él nos ama con amor eterno y verdadero. “Jesús, Salvador nuestro, Pastor Bueno, te damos gracias por tu sacrificio, por la vida nueva que nos donas. Permite que jamás dudemos del valor del sacrificio, de la entrega y del amor por nuestros hermanos y en especial por aquellos que están en las fronteras sumidos en el dolor, en el abandono, en la indiferencia, permite que caminemos junto, iluminados por el faro de tu Santa Cruz y tu gloriosa Resurrección.

Vivamos estos días en unión íntima con María, Madre y Corredentora







La Madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía.
Cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.

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